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((**Es17.262**) vi! íVi todos y cada uno de los colegios! Vi como en un solo punto el pasado, el presente y el porvenir de nuestras misiones. De la misma manera que lo contemplé todo en conjunto de una sola mirada, lo vi también particularmente, siéndome imposible dar una idea, aunque somera, de aquel espectáculo. Solamente lo que pude contemplar en aquella ((**It17.301**)) llanura de Chile, de Paraguay, de Brasil, de la República Argentina, sería suficiente para llenar un grueso volumen, si quisiese dar una breve noticia de todo ello. Vi también en aquella amplia extensión, la gran cantidad de salvajes que están esparcidos por el Pacífico hasta el golfo de Ancud, por el Estrecho de Magallanes, Cabo de Hornos, Islas de San Diego, en las islas Malvinas. Toda la mies destinada a los Salesianos. Vi que entonces los Salesianos sembraban solamente, pero que nuestros seguidores cosecharían. Hombres y mujeres vendrán a reforzarnos y se convertirán en predicadores. Sus mismos hijos, que parece imposible puedan ser ganados para la fe, se convertirán en evangelizadores de sus padres y de sus amigos. Los Salesianos lo conseguirán todo con la humildad, con el trabajo, con la templanza. Todas las cosas, que yo contemplaba en aquel momento y que vi seguidamente, se referían a los Salesianos, su regular establecimiento en aquellos países, su maravilloso aumento, la conversión de tantos indígenas y de tantos europeos allí establecidos. Europa se volcará hacia América del Sur. Desde el momento en que en Europa se empezó a despojar a las iglesias de sus bienes, comenzó a disminuir el florecimiento del comercio, el cual fue e irá cada vez más de capa caída. Por lo que los obreros y sus familias, impulsados por la miseria, irán a buscar refugio en aquellas nuevas tierras hospitalarias. Una vez contemplado el campo que el Señor nos tiene destinado y el porvenir glorioso de la Congregación Salesiana, me pareció que me ponía en viaje para regresar a Italia. Era llevado a gran velocidad por un camino extraño, altísimo, y de esa manera llegué al Oratorio. Toda la ciudad de Turín estaba bajo mis pies y las casas, los palacios, las torres me parecían bajas casucas: tan alto me encontraba. Plazas, calles, jardines, avenidas, ferrocarriles, los muros que rodean la ciudad, los campos, las colinas circundantes, las ciudades, los pueblos de la provincia, la gigantesca cadena de los Alpes cubierta de nieve estaban bajo mis pies y ofrecían a mis ojos un espectáculo maravilloso. Veía a los jóvenes allá en el Oratorio, tan pequeños que parecían ratoncitos. Pero su número era extraordinariamente grande; sacerdotes, clérigos, estudiantes, maestros de talleres lo llenaban todo; muchos partían en procesión y otros llegaban a ocupar las vacantes dejadas por los que se marchaban. Era un ir y venir continuo. Todos iban a concentrarse en aquella extensísima llanura entre Chile y la República Argentina, de la cual había vuelto en un abrir y cerrar de ojos. Yo lo contemplaba todo. Un joven sacerdote, parecido a nuestro don José Pavía, pero que no lo era, con aire afable, palabra cortés y de cándido aspecto y encarnadura de niño, se acercó a mí y me dijo: -He aquí las almas y los países destinados a los hijos de San Francisco de Sales. Yo estaba maravillado al ver la inmensa multitud que se había concentrado allí en un momento, desapareciendo seguidamente, sin que se distinguiese apenas en la lejanía la dirección que había tomado. Ahora noto que, al contar mi sueño, lo hago a grandes rasgos, no siéndome posible precisar la sucesión exacta de los magníficos espectáculos ((**It17.302**)) que se me ofrecían a la vista y las varias circunstancias accesorias. El ánimo desfallece, la memoria flaquea, la palabra es insuficiente. Además del misterio que envolvía aquellas escenas, éstas se alternaban, se mezclaban, se repetían según diversas concentraciones (**Es17.262**))
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