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((**Es17.163**) en el corazón. De ordinario, el que veía descubiertos sus secretos caía de rodillas, y con voz ahogada por los sollozos, exclamaba: -íBasta, don Bosco, basta ya! Y don Bosco añadía: -Si esta conversación te disgusta, vamos a dejarla. Pero ya ves que yo tenía razón para decirte que el estar alejado de mí era tu ruina... Contaron algunos jóvenes que don Bosco les había hablado de un monstruo parecido a un elefante, visto por él en el patio haciendo estragos, aplastando o lanzando al aire y destrozando a todo el que se le plantaba delante. Durante aquel período, dijo un día el Santo a don Juan Bautista Lemoyne: -íQué bueno es el Señor con nosotros! Nos prepara de mil modos extraordinarios para nuestro bien y el de nuestros jóvenes. Pocos tuvieron en este mundo los medios que nosotros. No tardó en manifestarse el efecto de estas saludables sacudidas. Aumentaron las comuniones frecuentes y las visitas diarias a Jesús Sacramentado; creció la docilidad; se reanimaba la vida del Oratorio. El ciclo de fiestas, además, puso remate a la obra. Pero se requerían medidas duraderas: y se dedicó a buscarlas el Capítulo Superior, en cuyas reuniones, se fue estudiando cuidadosamente la situación ambiental del Oratorio. Es instructivo conocer, al menos en parte, lo que se discutió en ellas bajo la presidencia de don Bosco. Nos parece importante para dicho tema la sesión del cinco de junio. Asistieron a ella, junto con los Capitulares, don José ((**It17.183**)) Scappini, director de Lanzo y don José Bertello, director de Borgo San Martino. Después de discutir una propuesta de don Julio Barberis, tomó de repente la palabra don Bosco. Agradará leer íntegramente este punto de las actas. DON BOSCO.- Se trata de ver y estudiar qué debe hacerse y qué debe evitarse para asegurar la moralidad entre los jóvenes y para cultivar las vocaciones. Ya se establecieron diversas normas en el Capítulo General, que fueron impresas. Es doloroso ver cómo muchos jóvenes, que marchan bien al principio, han cambiado por completo al llegar al quinto curso. Ya se ha observado que muchos del cuarto y quinto curso, en vez de decidirse por el estado eclesiástico, optan, por la universidad o por un empleo. Una parte de ellos ingresó en el estado eclesiástico, pero fue al seminario para complacer a los padres, por manejos de los párrocos y por consejo de los Obispos. De cien alumnos del cuarto y quinto curso, quizás sólo dos pagan pensión normal. Los demás son mantenidos gratuitamente o, cuando menos, reciben de la casa los libros y la ropa. Resulta, pues, que damos de caridad lo que recibimos de otros, a quien pretende (**Es17.163**))
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