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((**Es16.198**) santos, porque están llenos de Dios, y no es el hombre quien habla, sino el mismo Dios. Dio su primera conferencia en el santuario de Nuestra Señora de las Victorias, que es en París lo mismo que el de las Consolación (Consolata) en Turín; uno de sus recientes historiadores asegura que cada día visitan aquella iglesia unas seis mil personas. Los exvotos cubren completamente las paredes hasta las bóvedas y llegan hasta la sacristía 1. Tiene en ella su sede la Archicofradía de María Refugium peccatorum. Precisamente fue allí don Bosco el sábado 28 de abril a celebrar la misa semanal por la conversión de los pecadores. Lo acompañaban en el altar el cura párroco y el abate Sire. Nunca se había visto, al decir de los asistentes asiduos a aquella misa en el santuario, un concurso como el de esta ocasión. Se celebraba a las nueve y a las siete ya no cabía una alma más. El espectáculo de tan enorme afluencia arrancaba a los labios de los fieles, acostumbrados a ir cada sábado, expresiones de estupor y de lamento por no poder entrar. Hubo una mujercita que contestó a quien se extrañaba: -Es la misa de los pecadores celebrada hoy por un santo. ((**It16.231**)) Don Bosco habló después del Evangelio. No ha llegado hasta nosotros el texto de su alocución; los periódicos se conformaron con decir que exaltó la caridad y expuso la finalidad de sus obras. Mientras distribuía la comunión, sucedió un hecho que ya hemos contado: la repentina aparición de Luis Colle. Esta visión le distrajo; comulgatorio, fieles y sacerdotes, todo se eclipsó a sus ojos; él seguía parado con el pulgar y el índice a punto de tomar la hostia del copón, pero sin levantar la mano. Los presentes no veían nada, ni advirtieron el coloquio interior que tenía lugar en aquel momento y que ya hemos relatado; los sacerdotes de la parroquia creyeron que estaba muy cansado y fueron a administrar ellos la comunión, mientras otros se acercaron a él y lo llevaron de nuevo al altar. Cuando volvió en sí, se encontró ante el misal. Después de la misa hubo una equivocación que ocasionó una escena algo ruidosa. Por miedo a que el ímpetu de la gente atropellase a don Bosco, quiso el párroco retenerlo en la sacristía; pero una señora, imaginando que había en aquella tentativa algo de envidia por la popularidad del Santo, adelantóse con paso marcial, agarró a don Bosco por un brazo, lo sacó fuera y lo acercó a la gente, desahogando su desaprobación como una falta de miramiento hacia él. El párroco, 1 Véase vol. XV, pág. 87. (**Es16.198**))
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