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((**Es16.199**) avergonzado, haciendo un acto de gran virtud, no resolló por respeto a la persona que le sometía a tamaña humillación. Era la señora de Cessac, nobilísima dama, que perteneció a la corte de la emperatriz Eugenia. Su marido había ocupado elevadísimos cargos en la época del imperio. Ella estimaba tanto a don Bosco, que le confiaba todos sus secretos; y parece que recibió de él muchas cartas de dirección espiritual. Así se dice; pero hasta ahora nosotros no conocemos ni una. Para asistir a las misas del Santo, en París, se sometía al doble sacrificio de anticipar su hora de levantarse y esperar a veces horas. Tenía, además, continuamente su propio coche ((**It16.232**)) a disposición del Siervo de Dios. Era la noble dama mujer muy culta y de ánimo firme y esforzado, trataba regiamente hasta con personajes distinguidos; mas, con don Bosco, olvidaba toda etiqueta. También los hijos de don Bosco, cuando es establecieron en Ménilmontant, podían ir a su casa en cualquier momento; siempre les dispensó su generosidad y protección. La multitud llenaba la iglesia e impedía el paso por la plaza de los Petits PŠres (Padrecitos) 1, a la que da la puerta principal; cuando don Bosco salió, todavía estaba interrumpida la circulación 2. Muchísima gente, que no había podido entrar en Nuestra Señora de las Victorias, se aseguró un puesto al día siguiente en la Madeleine. Esta iglesia, notablemente más amplia, es la más aristocrática de París. Suelen ocupar su púlpito predicadores famosos. Quizás no se hubiera atrevido don Bosco a hablar desde tan elevado lugar, si el Arzobispo mismo no le hubiese inducido. En la audiencia que el Cardenal le concedió a su llegada, díjole espontáneamente al despedirle, que hiciera una colecta para sus obras en la Madeleine, precedida de una conferencia. En principio don Bosco intentó librarse de hablar ante un auditorio tan selecto, alegando su escaso conocimiento de la lengua francesa. Pero respondióle Su Eminencia: -íNo, no; hable, hable! París le creerá más a usted que a otros. Verdaderamente era ésta una atención muy delicada y conmovedora, a la que correspondió con la misma delicadeza, absteniéndose siempre en París de hacer colectas públicas por su iglesia del Sagrado Corazón en Roma. Tres obras sobre todo absorbían entonces las solicitudes pecuniarias del cardenal Guibert: el templo de Montmartre, la 1 Así había llamado antiguamente el pueblo a los religiosos agustinos que, en 1629, habían edificado la iglesia. 2 Uno de los vicarios, que el día de la conferencia no había podido hablar a su gusto con don Bosco, le escribió más tarde una carta que rebosa veneración (Apéndice, doc. núm. 54). (**Es16.199**))
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