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((**Es16.178**) Pasaron pocos meses y aquel chiquito, pletórico de vida y de salud, cayó enfermo por un accidente imprevisto y, al cabo de ocho días, murió. Entonces se comprendió qué quería significar aquella frase misteriosa y aquella mirada tan compasiva. La bendición general impartida por don Bosco antes de entrar, no consiguió que se marchase la gente que, mientras él estuvo dentro, quedóse aguardándolo. Como quiera que no tenía tiempo para hablar con cada uno, escuchó con calma lo que unos y otros le dijeron, respondió después en común a todos y les dijo que llevaba consigo todas sus intenciones y que se uniesen también ellos de corazón a las oraciones, que él elevaría a María Auxiliadora. Bendijo a los que se habían reunido y bajó para tomar el coche; el concurso de gente no había disminuido lo más mínimo. Al verlo, se abalanzaron hacia él rápidamente. Unos tomaban sus manos para besarlas, otros le hacían tocar objetos de devoción. Para librarlo y dejarlo salir, fue preciso que un señor alto, membrudo y resuelto se pusiera delante de él y le abriera el paso, al tiempo que otros dos voluntarios lo protegían por los lados y un cuarto defendía sus espaldas. Subió al coche, pero éste no podía ponerse en marcha sin peligro de atropellar a la gente bajo las ruedas; por lo cual, algunos ((**It16.206**)) obreros colocáronse a los lados y lo empujaron hacia adelante con cautela. Recorrió así un corto trecho y, primero una, después cien veces, gritaron: -íDon Bosco, la santa bendición! Don Bosco mandó parar y después, conmovido hasta las lágrimas, se levantó del asiento y contestó: -Sí, sí; os bendigo a vosotros y bendigo a Francia. Un estallido de vítores entre un mar de brazos al aire, agitando pañuelos, gorras y sombreros, saludó sus palabras y fue la señal del fin. Conocemos cuatro visitas del día veintidós de mayo, y con suficientes noticias. Celebró la misa en el monasterio de los Pájaros. Era ésta la poética denominación de la comunidad y del colegio, que la Congregación de Notre-Dame, fundada por san Pedro Fourier, tenía en París, en la esquina de la calle SŠvres con el bulevar de los Inválidos. La noticia, llegada a la casa la tarde anterior, alumbró un día de gran fiesta para religiosas y alumnas, ansiosas por ver a un santo. Fácil es comprender que no pudo ocultarse el suceso; así que una bocanada de gente, agolpada a la entrada del patio de honor, intentó irrumpir detrás del coche, de modo que con gran trabajo se logró cerrar las hojas del portón. Don Bosco no quiso descansar en el locutorio y entró en seguida (**Es16.178**))
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