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((**Es16.173**) Bosco a ella, se detuvo un instante, miróla otra vez, y a ella sola, sonriendo intencionadamente. Las compañeras, un poco enceladas, querían saber por qué le había sonreído a ella de aquella manera. Decía la muchacha que lo ignoraba; mas, por el contrario, reconoció en aquel acto la respuesta deseada, a saber, que no debía abandonar aquel lugar. Efectivamente ya no salió nunca, sino que se hizo religiosa allí mismo y allí vive hoy en día. Algunos instantes después, ocurrióle a don Bosco un caso extraño. Fue a tomar el coche y se encontró que ya no era el de antes, y que cerca del mismo había unos señores que, muy corteses y resueltos, le hicieron subir y le llevaron a casa de uno de ellos. Una vez allí, se esforzaban con un sinfín de cortesías por arrancarle predicciones en torno a próximos acontecimientos públicos; pero él se mantuvo firme en replicar que había ido a París para fundar una obra y no para hacer política. Ellos daban a entender que eran monárquicos; pero no es improbable que fuese un ardid de la policía para descubrir, si tenía intenciones secretas. Dos cartas, que han escapado a la desaparición, nos trasmiten el recuerdo de la visita a aquellas monjas. La primera fue escrita el día siguiente por una señora, para renovarle la súplica de que fuera a bendecir a un enfermo en su casa; ya se lo había pedido con una tarjetita que le había sido entregada en el Refugio después de la misa 1. La segunda es más importante. Una monja, al darle la noticia de la muerte de la madre Courtel en el mes de diciembre, le dice que se ha cumplido la predicción que le había hecho a ella. El santo le había recomendado ((**It16.200**)) que aceptara de buen grado las espinas. >>Qué espinas?, se había preguntado la religiosa, que disfrutaba entonces de la mayor tranquilidad de espíritu. Pero hacía ocho meses que gemía bajo el peso de una cruz, que no le dejaba ninguna duda de que don Bosco, al hablar de aquella manera, había tenido luces especiales de lo alto 2. El día cinco salió para Lille, de donde volvió el día dieciséis. Hablaremos de este viaje en el capítulo octavo. Aquellas dos semanas de ausencia no entibiaron lo más mínimo el fervor de los parisienses hacia él. Había prometido una segunda visita a Auteuil por un sentimiento de exquisita cortesía. Se dio cuenta en la primera de que el abate Roussel quedaba algo descontento por no haberle podido hacer en su 1 Véase Apéndice, doc. núm. 36. 2 Véase Apéndice, doc. núm. 37. (**Es16.173**))
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