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((**Es16.172**) estaba muy interesada en que fuese allí, porque era muy amiga de la casa, y deseaba que curase ((**It16.198**)) a la superiora, madre Courtel, gravemente enferma del corazón. El santo, por el contrario, hubiera preferido no hacer tal visita y contestaba a sus instancias: -íNo me obligue! Tanto da; no tendría ninguna buena noticia que darle. Por fin se rindió; pero, a condición de que, teniendo que celebrar la misa en una iglesia pública, hubiese gente para una colecta. Invitaron a las damas protectoras, las cuales se situaron delante de la balaustrada. Era primer viernes de mes y todas comulgaron. Don Miguel Rúa asistía al Siervo de Dios. La Superiora cedió al afecto de sus hijas y se dejó transportar al refectorio de la comunidad, separado de la iglesia sólo por una pared, de modo que, teniendo la puerta abierta, pudo oír la misa. Después de la acción de gracias, fue conducido don Bosco hacia aquella puerta, atravesando la iglesia. Al llegar al umbral y ver a todas las monjas reunidas alrededor de la Madre, dijo: Requiescat in pace. A lo que contestó la enferma con acento de edificante resignación: Fiat voluntas tua. Todas comprendieron el latín y rompieron a llorar. Después de un ligero desayuno, pasó el Santo a las colegialas, a las que también encontró llorando, pues ya les había llegado la noticia. Se sentó en un sillón colocado sobre una tarima y dijo lo primero: -El Señor quiere mucho a esta casa. Se hacen en ella buenas comuniones, hay en ella buen espíritu. Ahora lo que importa es que no se cambie su fin. Las bendijo, bajó al patio y allí desfilaron ante él las señoras, que recibieron de sus manos una medalla de María Auxiliadora y entregaron a don Miguel Rúa paquetitos de billetes. La religiosa, que nos daba recientemente estas noticias, narró también una gracia inadvertida, pero singular, que creyó haber recibido aquel día. Era entonces alumna interna y tenía catorce años. Su madre quería sacarla, pero ella no se decidía a marchar y, pensando que la probable visita de don Bosco resolvería la cuestión, rogó ((**It16.199**)) que esperase ocho días. Mientras tanto se encomendaba al Señor, pidiendo que le diese una señal para conocer su voluntad. Llegó don Bosco, la jovencita recibió de sus manos la santa comunión y notó que al darle la hostia la miró sonriendo. -Será una sonrisa de bondad que tiene con todas, pensó para sus adentros. Después, ya en la sala, cuando se encaminaba hacia la tarima, pasando por entre las dos filas de alumnas alineadas, al llegar don (**Es16.172**))
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