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((**Es14.628**) repito, siguiendo su máxima de chocar lo menos posible con las autoridades públicas, y tanto más cuanto que se trataba de un gobierno, cuyos muchos beneficios recibidos en el pasado no podía olvidar, consintió en proporcionar los profesores titulados que se le pedían por pura deferencia con la autoridad, aunque no le obligara la ley. Pero si resulta fácil encontrar profesores titulados, dotándolos de elevado estipendio para colegios gubernativos o municipales, es muy difícil encontrar profesores titulados, que quieran y puedan prestar su labor asidua gratis en un centro de caridad paterna, donde todo se hace de balde por falta de medios propios y para no quitar de la boca de los pobres la limosna que para ellos se recoge. A pesar de ello, logró don Bosco encontrar hasta cinco de estos profesores beneméritos, los cuales aceptaron el cuidado y la responsabilidad de los cursos de bachillerato en los tiempos y horarios compatibles con sus otras muchas ocupaciones y con el auxilio de buenos suplentes, elegidos por ellos, en su ausencia y envió una nota de éstos a la autoridad escolástica. Abrigaba don Bosco la esperanza de que la autoridad escolar se serenaría ante la atención tan prontamente prestada a sus mandatos, en atención a la ambigüedad de una justa aplicación de la ley por las diversas interpretaciones de todos los ministerios anteriores; en atención a la buena acogida que encuentra la propagación de estos centros de paterna caridad no sólo en Italia, sino también en Francia y en América; por todo lo cual parecía que no debía haber razón por la que el propio gobierno dejase de prestar la protección de siempre. Por lo tanto, don Bosco descansaba tranquilo. Pero todas estas consideraciones no tuvieron ningún valor para la actual autoridad escolástica de Turín. Ella creyó que aportaría mayor beneficio social un draconiano juicio del asilo, una parigual interpretación de la ley y una parigual aplicación. ((**It14.735**)) Por lo cual, envió una comisión para averiguar si los dichos cinco profesores titulados daban clase regular personalmente, y pareciéndole haber descubierto que no la daban, sino a raros intervalos y las más de las veces por medio de suplentes, no consideró al centro de don Bosco merecedor de los benévolos miramientos que tenían con muchas otras escuelas; ordenó el cierre del asilo y la expulsión de los alumnos, sin preocuparse en absoluto de las graves consecuencias, sin sentir en su paterno corazón remordimiento alguno por haber decretado de este modo la ruina de trescientos pobres muchachos y la desgracia de otras tantas familias, y tal vez de millares de otras, que en el porvenir podrían disfrutar de este beneficio. Esta disposición de la autoridad escolar tiene mucha analogía con la matanza de los inocentes perpetrada por orden de Herodes que, para matar a Cristo, hizo perecer miles de niños de su edad; con la diferencia de que entonces se trató de muerte y ahora, en estos tiempos menos bárbaros, sólo se trata de la ruina de la carrera. Juzgue el lector si éste es un próvido acto de buen gobierno, inspirado por el respeto a la ley y el interés público. Pero, no obstante tales actos, no hay razón para desesperar del progreso humanitario de este Centro. El nuevo ministerio, que ha seguido al que acaba de caer, se espera esté inspirado en mejores principios y convierta la libertad, el respeto a la ley, la promoción del bien social en actos y no en palabras, guardándose mucho de toda influencia de partidos, de cualquier clase, por lo que todo el mal que uno supo hacer, pueda y quiera hacer el otro en el bien. Sigue la firma (**Es14.628**))
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