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((**Es14.392**) mañana notó don Francisco Dalmazzo que su habitación se llenaba de olor a chamusquina. Se asomó a la puerta y vio salir humo del cuartucho de don Joaquín Berto. Lo abrió y, en medio de un torbellino de humo, brilló a sus ojos un fuego de brasas, que ardía en la parte superior de la gran bolsa de viaje, colocada en el suelo cerca de la cabecera de la cama, y una lengua de fuego salió del fondo del lecho. Don Francisco Dalmazzo, aterrorizado, agarró el saco a toda prisa y lo apagó; después dio el grito de alarma. Acudieron los vecinos, vinieron también los bomberos y el incendio quedó apagado antes de que pudiese tomar cuerpo. Desaparecido el peligro, examinó el maletón y se dio cuenta de que había sido descerrajado; en efecto, en lugar de la cerradura encontró un amplio agujero y en el segundo departamento de la bolsa la cajita que sabía contenía una cantidad de dinero; estaba intacta, bien ajustada, pero vacía. Evidentemente el ladrón había pegado fuego a la maleta con la esperanza de que ésta se hiciera cenizas y así desaparecieran las huellas del hurto; pero el fuego había actuado lentamente sin llama, extendiéndose alrededor y comunicándose a la ropa y al jergón de paja de la cama, que, al contacto con la corriente de aire, levantó llama. Habían desaparecido seis mil francos, en seis billetes de banco franceses; cinco de ellos se los había entregado a don Bosco la señora Noilly-Prat y otro el barón de Monremy, para que los pusiese a los pies del Papa para el óbolo de San Pedro. El ladrón debió barruntar la existencia de la cantidad por haberse dado pasos en los días anteriores para cobrarla; debía saber también dónde estaba guardada. Por tanto, la mano rapaz no había que buscarla muy lejos. Se denunció el delito, la policía hizo dos inspecciones, efectuando minuciosas pesquisas; el delegado interrogó a un clérigo y al cocinero; sometió a interrogatorio también a don Francisco Dalmazzo; por último, extendió su informe, reconstruyendo ((**It14.457**)) el hecho y concluyendo que el ladrón se había servido del fuego para cubrir el delito y que se trataba de un hurto doméstico o simulado. Por fortuna la cosa acabó allí; en caso contrario, >>quién sabe adónde se habría ido a parar? La Capitale del 3 de abril publicó la noticia, adobándola con falsedades y burlas dignas del partido que representaba; le contestó con calma el Osservatore Romano el día 9. Don Joaquín Berto escribió el 8 de abril a don Miguel Rúa: <(**Es14.392**))
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