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((**Es13.764**) en Susa, donde, sin una gracia especialísima de la Virgen, hubiera perdido alma y cuerpo. Habiendo vuelto a Turín recibió una reprensión de don Bosco, por haberse olvidado de quien tanto le protegía. Pero le añadió: -Lo que has encontrado te servirá de experiencia para hacer mucho bien en medio de los jóvenes. Pensando en su caso pidió volver a Turín, donde permaneció hasta el licenciamiento, e iba cada sábado a confesarse con don Bosco. Una de aquellas tardes le dijo don Bosco, después de oír la confesión: -Presta atención con aquel enfermo; procura que reciba todo. Garrone no le había dicho nada de sus enfermos; pero, al volver al cuartel, se acercó a un protestante que había decidido hacerse católico. Como le viera grave, buscó un sacerdote para que le bautizase, pero no encontró a ninguno. Entonces tomó agua y le bautizó él mismo bajo condición. El enfermo se alegró tanto que le echó los brazos al cuello. De allí a diez minutos expiraba. ((**It13.900**)) Al ser licenciado del ejército, no sabía qué hacer, si ir al seminario o quedarse con don Bosco. Estuvo tres días en casa: después, el día que debía ir a examinarse para ser admitido en el seminario, fue, casi sin saber lo que hacía, a Turín al Oratorio, y le enviaron a San Juan Evangelista con los Hijos de María. Al fin del año se confesó con don Bosco y se acusó de que había perdido muchas veces la paciencia por un enfermo que yacía en la cama. -Dentro de tres días, no te molestará más, le respondió el Beato. Y, en efecto, tres días después el enfermo murió. Garrone fue como clérigo a América con monseñor Cagliero, el año 1889. Aprovechando las nociones terapéuticas adquiridas ocasionalmente en las enfermerías, supo proveerse de un discreto conocimiento científico, de modo que llegó a poseer una pericia poco común en medicina y obtuvo la facultad de ejercerla en el inmenso territorio patagónico. A él se debe el primer hospital y la primera farmacia de Viedma. Durante un cuarto de siglo, unidos a la maestría, la caridad y el espíritu de sacrificio, llegó a ser uno de los autores más eficaces en la evangelización de la Patagonia. La fama de santidad que acompañó a don Bosco en todo puede decirse que, durante el curso de su vida mortal, se apoyaba sin duda sobre bases sólidas. Veremos dilatarse y crecer extraordinariamente esta fama de año en año durante el último decenio; pero, en el punto al que hemos llegado en nuestra historia, contaba ya con el sufragio de las personas más iluminadas y expertas en los caminos de Dios. A principios de 1879 don Miguel Rúa y don Julio Barberis predicaron los (**Es13.764**))
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