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((**Es13.511**) canónigo Chiuso, anunciando y presentando a unos forasteros de apellido francés. Monseñor Gastaldi recogió el recibo y, apresuradamente, tomando a Buzzetti por un brazo, hízole salir por una portezuela secreta. Los recibos parciales habían quedado en su poder. Josué Buzzetti volvió a casa inquieto y dando vueltas en su cabeza al asunto, presintiendo una trampa por la forma en que había sido despedido. Contó lo sucedido a su hermano Carlos, el cual se asustó y le dijo que había hecho mal en fiarse tan ciegamente, y por miedo a perder el ((**It13.596**)) fruto de sus sudores y el dinero anticipado a los obreros, indujo a Josué a que volviera al Arzobispado para pedir los recibos parciales. Fue Josué, pero no logró tener audiencia. El 9 de mayo de 1878, recibió Josué Buzzetti, por última vez, de las propias manos de Monseñor, diez mil liras. Se atrevió a recordarle los recibos parciales duplicados, pero Monseñor eludió la respuesta, y él se convenció de que no quería dárselos ni anularlos. A partir de aquel día, no le fue posible acercarse a Monseñor, pese a las muchas instancias que hizo, porque los secretarios siempre le enviaban al despacho del canónigo Chiuso. Y éste, ora de una forma, ora de otra, so pretexto de que Monseñor se encontraba indispuesto, no le dejó pasar, repitiéndole siempre que los recibos parciales se los llevaría él mismo a pie de obra a San Segundo. Pero nunca compareció. Y nótese que, antes de este suceso, Buzzetti entraba libremente a hablar con Monseñor; es más, si, por un casual, Monseñor se encontraba impedido para recibirle, Buzzetti no podía salir de palacio, porque le obligaban a esperar hasta que Monseñor estuviese libre. Durante casi dos años, acudió Josué a Chiuso, cada quince días, y siempre obtuvo la misma respuesta. La preocupación de los constructores era grande, pero buscaban tranquilizarse con el pensamiento de que tales personajes no iban a mancharse con actos de deslealtad. Hacia 1881, buscó Josué indirectamente cómo descubrir las intenciones de Monseñor. En consecuencia, le escribió, pidiéndole le hiciera una certificación de todo lo que le había pagado para presentarlo al ingeniero director de las obras, pues se quería liquidar cuentas y saber cuánto se podía deber todavía a los constructores. No obtuvo respuesta. Monseñor Gastaldi murió en el año 1883, y dejó al canónigo Chiuso por heredero universal de todos sus bienes, que pasaban del millón, ya que todo lo que le pertenecía a él como Arzobispo por herencia, legados o de otro modo, todo ((**It13.597**)) figuraba a su nombre de cara a la ley, como simple ciudadano. Por consiguiente, Chiuso no tenía que dar cuentas a nadie de lo que, por ley, aparecía como de su propiedad. (**Es13.511**))
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