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((**Es12.335**) Los canonistas de aquel tiempo no estaban todos de acuerdo en este punto, cuando se trataba de votos simples. Desaconsejaban la liberalidad en conceder la dispensa, pues esto, en la mayoría de los casos, redundaba en perjuicio de las Congregaciones; pero bien mirado y en último término la decisión quedaba al arbitrio del Superior General, a quien por consiguiente no incumbía la obligación de recurrir a Roma. En aquella circunstancia don Bosco, aunque estaba al día de todo esto y tenía además concedidas por Pío IX facultades especiales, aprobó la decisión capitular. En este improviso llegar de personal de fuera, era visible la mano de la Providencia. A primeros del mes de noviembre salieron para las misiones veintitrés, entre coadjutores, clérigos y sacerdotes; y otros tantos sacerdotes, clérigos y coadjutores le llegaron al Oratorio de sus casas. Un rasgo singularmente providencial fue también este otro. Don Bosco había iniciado negociaciones verbales con Roma para obtener ciertas dispensas o concesiones ((**It12.392**)) en favor de la Sociedad; francamente sentía apremiante necesidad de ello. Un día se sentó al escritorio y empleó mucho tiempo en la preparación de una carta para el Padre Santo, a quien decía que, puesto que El le había confiado ciertos encargos, tuviese a bien concederle los medios indispensables para cumplir sus augustos deseos. Pues bien, hete aquí que la mañana del 19 de noviembre dobló el papel, lo metió en el sobre, estaba a punto de cerrarlo, sellarlo y enviarlo al correo, cuando recibió, procedente de Roma, una carta del Papa que respondía a todas y cada una de las peticiones que acababa de formular y estaba ya a punto de enviar, y le concedía, de lo primero a lo último, todo lo que le pedía. -íEs realmente un hecho providencial!, exclamó don Bosco. El Papa está verdaderamente situado en una atmósfera absolutamente superior y milagrosa. La fama de la Congregación se divulgaba cada día más, de suerte que sacerdotes, párrocos y monseñores acudían a enterarse o escribían, deseosos de pertenecer a ella; pero don Bosco no se mostraba de ningún modo fácil para animarlos a ello. Solía decir: -Estos, ya disfrutan de una buena posición en sus diócesis, y, por tanto, encuentran siempre mil dificultades para abandonarla, así que imagino que muchos no vendrán. Si por fin se deciden a venir, superando todo obstáculo, las más de las veces, al poco tiempo de estar en nuestra casa empiezan a disgustarse, porque no pueden seguir sus costumbres y tienen que empezar una vida nueva. Por otra parte, nosotros debemos mantenernos firmes para no tolerar costumbres contrarias a nuestras réglas y tradiciones. Este descontento de su parte (**Es12.335**))
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