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((**Es12.322**) largius neque parcius de santo Tomás; ni gastos superfluos, ni sórdida tacañería. Temió no estuviera justificado el gasto de blanquear cada año la mitad de la casa; y por eso el 31 de mayo se quejó de ello a algunos Superiores y ((**It12.376**)) añadió: -Es preciso que me ayudéis. Decid y repetid que el día en que no haya albañiles en casa, es un día de oro. Por lo demás, tendré que tomar cartas sobre el asunto y no permitir ningún trabajo más, por pequeño que sea, sin que se me pida licencia vez por vez. Pero, cuando le parecía necesario un gasto, actuaba de tal modo que parecía incluso espléndido. Una máxima, que repetía a menudo, era ésta: -No temo que nos falte la Providencia, por grande que sea el número de muchachos gratuitos que aceptemos o por costosas que sean las grandes obras, en que nos embarquemos para utilidad espiritual del prójimo; pero nos faltará la Providencia el día en que se malgaste el dinero en cosas superfluas o no necesarias. Rei familiaris procurator, administrador general de la casa, más aún, de las casas, era don Miguel Rúa. Poseía aquel hombre una extraordinaria capacidad de trabajo, que puso totalmente al servicio de don Bosco para el Oratorio y la Congregación. Tenía entonces treinta y nueve años y había vivido los dos tercios al lado del Siervo de Dios. Desde niño se propuso estar a su lado. Diose después a imitarle y ayudarle. Y se abandonó finalmente, ligadas las manos y ligada la cabeza, como se lee de Francisco Javier con san Ignacio, a la dirección del Beato. Y, con fidelidad y constancia admirables, se esforzó siempre por interpretar exactamente su voluntad, deseos, intenciones y ejecutarlos punto por punto. Fue tan grande en todo tiempo la conformidad de pensamientos, criterios, métodos, intenciones y medios que ellos tuvieron, como raras son en la historia las parejas de almas y de corazones, que hayan formado literalmente un solo corazón y una sola alma. La actitud en que don José Vespignani lo sorprendió la primera vez que lo vio una tarde de noviembre de 1876, fue su constante comportamiento con don Bosco. Estaba él de pie al lado del buen Padre sentado a la mesa, como quien espera una palabra, una orden, o un consejo; pasóle don Bosco la carta de presentación del recién llegado, para que la leyera y se atuviera a ella, y después le confió su persona. Enseguida comprendió don José Vespignani que don Bosco ((**It12.377**)) actuaba en todo y sobre todo por medio de don Miguel Rúa, y no tardó en comprobar que realmente el Oratorio y toda la Congregación dependían inmediatamente del joven, amable y reflexivo sacerdote; (**Es12.322**))
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