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((**Es12.321**) Eran también aquellos los meses de febriles preparativos para la segunda expedición de misioneros, para lo que se necesitaban medios muy grandes; era el tiempo en que había que proporcionar el equipo para los hermanos destinados a nuevas fundaciones. En el Oratorio había, cuando la había, la ropa estrictamente necesaria; pero a don Bosco no le gustaba parar en menudencias; no convenía que en las casas nuevas dieran los hermanos la impresión de miserables y necesitados. Dicha sea la verdad, al Oratorio llegaba bastante ropa, que enviaban personas caritativas; pero, cuando llegaba para uno, la necesidad obligaba a repartirla entre dos, de modo que siempre se estaba a la cuarta pregunta. Deo gratias, exclama por todo comentario nuestro cronista, ante aquel estado de cosas. Aunque acosado por todos lados, permitió que se hiciera una construcción poco llamativa, pero sí costosa. ((**It12.375**)) En el primer patio del Oratorio, donde se extiende el ala que sirve de fondo a la estatua de bronce del Beato, se adelantaba un simple pórtico, que posteriormente se transformó en amplio salón, mediante un muro que cerraba los huecos entre columna y columna; más tarde se le añadió una obra de dos plantas hasta donde hoy termina el tejadillo que resguarda la galería superior. Más allá se extendía una terraza de unos cinco metros de ancha, defendida por una barandilla, que se apoyaba en unos pilarcitos de ladrillo, que sostenían macetas de flores. Adosadas al muro había unas parras, plantadas en cajones llenos de tierra, que trepaban hasta extender sus pámpanos alrededor de las ventanas de las habitaciones de don Bosco. El 18 de octubre de 1876 encima de aquella terraza se levantaron las dos plantas, de modo que ofrecieran a don Bosco una galería donde poder pasearse y hacer algo de ejercicio cuando empezó para él la grave dificultad de bajar y subir escaleras. Dicha sea la verdad, la piedad de sus hijos arrancó el permiso a don Bosco durante una de sus ausencias, y pintándole la obra como cosa de poca duración y escaso gasto. Pero el Beato quiso que se respetaran las parras, y cuando fueron quitadas de la terraza, las mandó trasplantar abajo en el suelo desde donde volverían a alegrar su estancia y le permitirían mantener su hermosa costumbre. Porque en otoño vendimiaba él los racimos maduros, y los regalaba a los bienhechores y a los alumnos del cuarto y quinto curso del bachillerato 1. En materia de economía don Bosco tenía como norma el neque 1 F. GIRAUDI. El Oratorio de don Bosco, pág. 131-132. Torino, S.E.I. En 1876 cuando se hizo la última vendimia en el primitivo lugar, don Bosco, ausente, envió a don Miguel Rúa una larga nota de bienhechores, a los que, en la hora oportuna, y por él indicada, se llevase el librito de los Cooperadores y algún racimo de sus parras (Apéndice, doc. 34). (**Es12.321**))
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