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((**Es12.282**) los medios para perseverar en ella... Póngase cada uno de vosotros en manos de su director espiritual; procurad estar muy retirados y examinaos bien. Algunos aspiran al estado eclesiástico, otros a otros estados; el estado en que os quiere el Señor fue enriquecido por El con muchas gracias para facilitaros vuestra eterna salvación. Todo consiste en acertar en la elección. No estoy aquí ahora para daros reglas particulares de cómo portaros durante estos ejercicios, porque ya se os darán en los sermones. Sólo os diré que ((**It12.327**)) las guardéis, especialmente el silencio durante los tiempos establecidos, como sería, por ejemplo, en el estudio, antes de la misa y después de las oraciones de la noche. Ahora quiero manifestaros un pensamiento mío; es más, quiero contaros un hecho, que ha sucedido hoy a las tres y media, poco más o menos. Un hijo de la riquísima familia Callori, bienhechora de la casa, era un valiente domador de caballos y se gloriaba de ello. Domaba a los más fieros con mano maestra. Le bastaba saber que un caballo era indomable para comprarlo enseguida; efectivamente, había domado todos los caballos, que había tenido a su alcance. Habiéndose enterado de que había uno en Saluzzo que nadie había querido comprarlo por su fiereza, fue allí, lo compró y logró guiarlo como quería. Un día lo enganchó a una calesa; subió él a ella, apretó las bridas, le dio unos latigazos y echó a correr a toda velocidad. El hecho ocurrió en Saluzzo. Al poco rato, recibió el caballo otro fuerte latigazo, dio un brinco, no obedeció al freno del guía y se lanzó a campo traviesa a toda carrera. Aquel joven, que se vio en peligro, saltó de la calesa y cayó al suelo, pero, con la velocidad, una pierna se le quedó agarrada por un instante en la rueda y se le fracturó; fue arrastrado por las piedras. Acudió gente, le llevaron a un hostal, le aplicaron todos los remedios posibles y le colocaron la pierna en condiciones para poder soportar un traslado. Le trajeron de Saluzzo a Turín. Mas, fuese porque el hueso no fue bien colocado, fuese porque en el viaje se abriese alguna herida, el hecho es que hubo que amputarle la pierna. No valió esto para salvarle. Se fue perdiendo demasiado tiempo en consultas de médicos y en vencer la repugnancia del joven y de la familia; se formó la gangrena, se extendió ésta y ya no se pudo hallar remedio contra la muerte. Hoy precisamente, a eso de las tres y media, el alma de este joven voló al Señor, después de recibir los consuelos de nuestra santa Religión. Eran tres hermanos: uno de ellos murió hace tiempo de tuberculosis, a los veinte años de edad; el otro, hoy con veintitrés años, y el único que sobrevive está muy delicado. El dolor de la familia es inmenso; la única esperanza que les quedaba descansaba en ese hijo, por cuya pérdida no saben cómo encontrar paz y alivio. Lo único que pudo calmar este grandísimo desconsuelo es el pensamiento de que este hijo murió como buen cristiano y dejó una gran esperanza de su eterna salvación. Esta familia es riquísima, pero las riquezas no sirven para consolar y esto prueba que las riquezas no hacen feliz al hombre. Esta reflexión me confirma una vez más en la gran verdad de que sólo la religión puede aliviar en las tribulaciones y dar la paz a las almas. Pidamos al Señor que se digne volver su bondadosa mirada a esta familia y la consuele en tan grave pérdida. Y vosotros, hijos míos, no olvidéis que las riquezas no pueden aliviar y contentar el corazón humano. Sólo la religión puede hacer ((**It12.328**)) esto. Lo digo para que aprendáis a hacer de los bienes de la tierra la cuenta que merecen. Sólo las buenas obras son las verdaderas riquezas, que nos preparan un puesto allá arriba en el cielo. Buenas noches. (**Es12.282**))
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