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((**Es12.231**) Cagliero, que predicaba a los italianos en la iglesia de la Misericordia, tronaba contra la deshonra que por ello caía sobre el nombre de Italia. Su ardor apostólico le llevó a algo mucho mejor; quiso ver con sus ojos lo que era aquella Boca, de la que tan mal se hablaba. Se llenó los bolsillos con medallas de María Auxiliadora, de las que se habían provisto abundantemente en Turín; atravesó a solas los prados, que en aquel entonces separaban el arrabal de la ciudad. Enseguida vio una nube de golfillos y galopines que correteaba entre aquellas casuchas de madera y que quedaron como viendo visiones al divisar a un malaventurado, contra quien armar jarana. Pero ícuál no fue su sorpresa al oírle decir frases cariñosas en su dialecto genovés y verle salir a su encuentro sonriente, alegre y festivo! Don Juan Cagliero aprovechó el momento oportuno, sacó un puñado de medallas, las lanzó lo más lejos que pudo y, mientras ellos corrían a alcanzar lo que creían monedas, desapareció, dio a toda prisa la vuelta al puerto y recorrió las calles principales, sembrando medallas. Los muchachos las recogieron, las llevaron a sus casas y se las enseñaron a sus madres, a las abuelas, a las hermanas, a los hermanos. Por los patios y casuchas no se hablaba más que ((**It12.267**)) del cura, del cura de las medallas. Pero el cura, después de la primera aparición, había desaparecido. Al día siguiente se presentó don Juan Cagliero al Arzobispo y le dijo: -Monseñor, ayer di un paseíto estupendo. Estuve en la Boca y he recorrido el barrio a lo largo y a lo ancho. -Ha cometido una grave imprudencia. Yo no he ido nunca y no permito que ninguno de mis sacerdotes vaya allí, porque sería exponerse a graves peligros, incluso a ser apedreados. -Pues yo tengo precisamente la tentación de volver para ver el efecto de mi primera visita. >>No sabe, Monseñor, que he sembrado... y ahora tengo que ir a recoger? -íGuárdese mucho, no se exponga a ningún peligro! Cagliero sin alterarse, se despidió. Dos o tres días más tarde volvía al mismo lugar y por las mismas calles. Los muchachos corrieron tras él, gritando en dialecto genovés: -íEl cura de las medallas! íEl cura de las medallas! Se renovaron las antiguas escenas de don Bosco: -Vamos a ver: >>quién es el mejor?... >>Y el más malo?... >>Sabéis hacer la señal de la Cruz?... >>Quién sabe el Avemaría? Se esforzaban por demostrar que sabían algo. Muchos llevaban la medalla al cuelo y querían más para llevarlas a sus casas. Don Juan Cagliero escuchaba, repartía medallas y soltaba donaires a uno y a (**Es12.231**))
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