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((**Es1.55**) quitado. El es el dueño. Todo será para mayor bien; pero sabed que para los malos son castigos, y que con Dios no se juega.-Cuando las cosechas eran buenas y abundantes: -Demos gracias al Señor, repetía, íqué bueno ha sido con nosotros proporcionándonos nuestro pan de cada día! -En invierno, cuando se encontraban todos sentados delante del fuego y afuera había hielo, viento y nieve, les hacía reflexionar diciendo: -íCuántas gracias debemos, dar al Señor, que nos provee de todo lo necesario! Verdaderamente Dios, es, padre. íPadre nuestro, que estás en el cielo! Margarita sabía también sacar admirablemente consecuencias morales y prácticas de todos aquellos hechos que impresionaban de algún modo la fantasía de sus hijos. ((**It1.46**)) De su madre aprendió Juan a estar siempre en la presencia de Dios y a recibir lo bueno o lo malo como venido de su mano. Cuando hablaba de su madre, cosa frecuente, siempre se mostró reconocidísimo a la educación eminentemente cristiana que de ella había recibido y a los grandes sacrificios que por él había soportado. Mientras los hijos fueron pequeños, Margarita enseñó a cada uno en particular las oraciones cotidianas. Así hizo con Juan, pero apenas éste fue capaz de reunirse con los demás, le hacía arrodillarse por la mañana y por la noche y, todos juntos, rezaban las oraciones y la tercera parte del rosario. Aunque Juan era el más pequeño de los hermanos, solía ser el primero en recordar a los otros este deber, al llegar la hora, y con su ejemplo los animaba a rezar con mucha devoción. Su buena madre los preparó a la primera confesión, cuando llegaron a la edad del discernimiento, los acompañó a la iglesia, comenzó confesándose ella misma, los recomendó al confesor y, después, los ayudó a dar gracias. Así siguió asistiéndoles en esto, hasta que los consideró capaces de hacer dignamente por sí solos la confesión. Juan, fiel a estas enseñanzas, empezó a confesarse con gran devoción y sinceridad y con la mayor frecuencia que se le permitía. Los domingos y fiestas de precepto los llevaba a oír la santa misa en la iglesia de la aldea dedicada a San Pedro, donde el capellán predicaba y daba un poco de catecismo. Juan, al regreso, repetía en casa algo de lo oído y todos le escuchaban con agrado. El suave proceder de Margarita para guiar a sus hijos a Dios con la oración y los sacramentos, le dieron tal ascendiente sobre ellos, que no disminuyó nunca con el correr de los años. Ya adultos, les preguntaba, ((**It1.47**)) sin rodeos y con plena autoridad materna, si habían cumplido sus deberes de buenos cristianos y si habían rezado las oraciones de la mañana y de la noche. Y los hijos, con treinta y más(**Es1.55**))
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