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((**Es1.42**) y obediencia de hija. Los dos corazones ((**It1.31**)) se entendieron perfectamente desde el primer día. Tenían idénticas inclinaciones para el trabajo, la economía y la caridad; el mismo sistema para organizar las ocupaciones de la casa, los mismos principios para la educación de la familia. La madre de Francisco, bajo las vestimentas campesinas, era todo una señora por la nobleza de sentimientos, la firmeza de voluntad y la entrega en el amar y hacer el bien. El Señor bendijo la unión de Francisco y Margarita y el 8 de abril de 1813 pudieron alegrarse con el nacimiento de su primogénito, al que impuso el nombre de José, en el santo Bautismo, el nuevo vicario don José Sismondo, que había tomado posesión de la parroquia en los últimos días de agosto de 1812. Sin embargo, empañaba su alegría el lastimoso estado de la patria. Las iglesias eran despojadas de los ornamentos preciosos y las obras de arte. Los campanarios sagrados permanecían mudos en los días festivos, sin el tañido de sus consoladoras armonías, porque las campanas habían sido fundidas a millares para fabricar cañones. Los sacerdotes envejecidos, sin medios para sustentarse y vigilados por la policía. El recaudador, inexorable al cobrar los impuestos. Las madres se deshacían en lágrimas ante la separación de sus hijos destinados al servicio militar. Desde 1805 en adelante se desencadenaron continuas guerras, aunque en tierras lejanas. Muchísimos jóvenes italianos habían caído combatiendo contra Alemania; veinte mil en España, quince mil en la retirada de Rusia. Aquel año, todo el norte de Europa se había aliado con Inglaterra contra Napoleón y todos los jóvenes, a partir de los dieciocho años, se vieron obligados a empuñar las armas y marchar a Francia para ser sacrificados en defensa del déspota que un día les había llamado ícarne de cañón! Y en las iglesias el pueblo tenía que oír cantar: Domine, salvum fac Imperatorem nostrum Napoleonem! (íSalva, Señor, a nuestro Emperador Napoleón!) ((**It1.32**)) Las oraciones de los buenos subían, entre tanto, al trono del Señor pidiendo perdón; y Dios misericordioso hacía pedazos el flagelo que azotaba a las naciones. Con el año 1815 llegaron a Europa la paz y el descanso. Napoleón, confinado para el resto de su vida en medio del océano, en la isla de Santa Elena, reconoció, como otro Nabucodonosor, que sólo Dios da y quita las coronas imperiales y reales. Para el Piamonte fue un año de alegría sin límites. Las leyes opresoras de la Iglesia quedaron abrogadas. Pío VII llegó a Savona y en presencia del rey Carlos Manuel I, que había vuelto a ocupar el(**Es1.42**))
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