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((**Es1.43**) trono de sus padres el veinte de mayo del año anterior, rodeado de los obispos y en medio de una muchedumbre innumerable, coronaba a la Virgen de la Misericordia en acción de gracias por haberle librado del duro cautiverio. El diecinueve de mayo, tras pasar por Génova, Novi, Voghera y Moncalieri, llegaba de improviso a Turín. Era el séptimo viaje que hacía por territorio piamontés. Imposible describir el cariñoso recibimiento que la Casa Real de Saboya y el pueblo entusiasmado le tributaron, ni la solemnidad con que fue expuesta la Santa Sábana en el balcón del palacio Madama ante la multitud arrodillada, primero en la fachada de poniente y luego en la de levante.El Papa, en medio, y los obispos a ambos lados sostenían la Reliquia más insigne que existe sobre la tierra, después de la de la Cruz, mientras las campanas de la ciudad tocaban a fiesta y el cañón anunciaba a los lugares lejanos el faustísimo acontecimiento. El Papa abandonaba Turín el veintidós de mayo, después de visitar el santuario de la Consolata. Pues bien, en este mismo año, en el que ocurrieron tan felices sucesos, pocos meses después de que el Sumo Pontífice instituyera la fiesta de María Auxiliadora de los Cristianos, la noche del dieciséis de agosto, en plena octava de la Asunción de la Virgen al cielo, nacía el segundo hijo de Margarita Bosco. ((**It1.33**)) Fue bautizado solemnemente en la iglesia parroquial de San Andrés apóstol, al día siguiente, diecisiete, por la tarde, por don José Festa. Fueron padrinos Melchor Occhiena y Magdalena Bosco, viuda del difunto Segundo, y se le impusieron los nombres de Juan- Melchor. En los momentos de peligro, de revueltas, cuando la sociedad corre graves riesgos y se tambalea sobre sus cimientos, la Providencia suscita hombres que se convierten en instrumentos de su misericordia, pilares y defensores de su Iglesia y obreros de la restauración social. Parecía que la paz quedaba afianzada en el mundo, pero no iba a ser duradera. Las sociedades secretas seguían su labor sigilosa, minando tronos y altares y, de cuando en cuando, golpes revolucionarios ponían de manifiesto su audacia, hasta que, por permisión de Dios, renovaron abiertamente la guerra, primero para castigo de sus cómplices pequeños y grandes y, luego, para el triunfo y la exaltación de su nombre. Juan Bosco daba sus primeros vagidos en la cuna de I Becchi, mientras en Castelnuovo el niño Juan José Cafasso, de cuatro años, era ya llamado por sus compañeros el santito, por su bondad y su porte. Estos dos niños llegarán a ser hombres; y, precisamente en el(**Es1.43**))
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