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((**Es1.328**) La primera vez que me senté en el salón de estudio entre los alumnos de filosofía, vi ante mí a un seminarista que me parecía de bastante edad. Era de aspecto agradable, tenía el cabello ensortijado, estaba pálido, delgado, parecía enfermo. Se hubiera dicho que difícilmente resistiría los estudios hasta fin de curso; sin embargo, aunque siempre algo delicado de salud, fue adquiriendo cada día mayor fuerza. Era nuestro querido don Bosco. Desde entonces me sentí atraído hacia él por una gran simpatía. También él me miraba con compasión por el apuro en que me encontraba, pues yo era objeto de burla por parte de algún compañero. >>Habiendo entrado en el seminario un mes más tarde que los demás, no conocía a ninguno, y en los primeros días me encontraba perdido en medio de la soledad. Fue el clérigo Bosco el primero que se acercó a mí. Me vio solo después de la comida y me acompañó durante todo el recreo, contándome cosas graciosas para distraerme de los pensamientos que pudieran sobrevenirme de mi casa y los parientes dejados. Hablando con él supe que había estado enfermo durante las vacaciones. Tuvo conmigo muchas atenciones. Reucerdo entre otras que tenía yo un bonete exageradamente alto, por lo que algunos compañeros ((**It1.405**)) se burlaban un poco, con disgusto mío y de Bosco, que me acompañaba frecuentemente, hasta que él mismo me lo arregló, gracias a su habilidad para coser y a que disponía de los medios oportunos. A partir de entonces empecé a admirar su buen corazón. >>Su compañía era edificante. Varias veces me llevó a la iglesia para rezar las vísperas de la Virgen u otra oración en honor de la gran Madre de Dios. Hablaba con gusto de cosas espirituales. Un día durante el recreo, me llevó al aula y me explicó el himno del nombre de Jesús, invitándome a rezar los cinco salmos en honor de este nombre adorable y haciéndome notar cómo con las iniciales de los cinco salmos se podía componer la palabra Jesús. Me quedé admirado de su devoción nueva para mí. En otra ocasión se hablaba del Ave maris stella, y explicando las palabras tulit esse tuus, dijo: -Este versículo se refiere a Jesucristo, que nació de María Virgen; pero al decir tuus refiriéndose a Jesús, recordamos a María que nosotros somos suyos. Jesús vino a salvar al mundo tomando carne humana en su purísimo seno, por eso todo el pueblo cristiano es considerado como hermano de Jesús e hijo de María Santísima. Desde el primer instante de la Encarnación nosotros hemos empezado a ser pueblo de la Virgen. Por eso le decimos: Monstra te esse Matrem: Muestra que eres nuestra madre, nuestro auxilio, nuestra protectora-. (**Es1.328**))
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