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((**Es1.290**) el camino, y cerca de las once llegábamos a Pinerolo. Estuve dos días más en Pinerolo siempre la mar de bien, y finalmente volví a Chieri el día dieciséis. Lleno de encargos y saludos para el señor Valimberti, subí a la diligencia, llegué a Turín y de allí seguí a Chieri. Empleé en este viaje siete días, que me parecieron siete horas, pues lo mismo en Barge que en Pinerolo, aunque sin merecerlo, fui tratado con los mayores honores que expresar se puedan. Perdonadme, soy un pobre muchacho que...>>,etc. No fue este el único viaje que hizo a Pinerolo. Adelantamos los hechos para no complicar la narración. Aníbal Strambio era un joven excelente que había mostrado deseos de abrazar la carrera eclesiástica. Por esto, al año siguiente, 1836, escribía Juan a su padre: <((**It1.354**)) o no, pues no he tenido contestación, he creído conveniente escribirle a usted rogándole haga el favor de darle la presente. >>No sé si Anibal estudia en Pinerolo o dónde; no sé siquiera si es seminarista o seglar: me dijo que iría a examinarse para vestir la sotana y que hablaríamos los dos con tal motivo; pero, a causa del cólera que entonces amenazaba nuestra comarca, yo no pude hablar con Aníbal y después no supe si se presentó o no a examen. Yo estudio el primer curso de filosofía en el seminario de Chieri. Deseo vivamente tener noticias de usted, al igual que de la señora Strambio, pues no puedo olvidar la generosidad que conmigo tuvieron cuando estuve en Pinerolo. Supe que Domingo estuvo enfermo y no sé si se restableció del todo. En fin, deseo tener noticias de toda su familia...>> La respuesta fue que Aníbal había vestido el hábito talar. Pero no era éste el camino por donde el Señor le quería. Estaba ya en teología, cuando le entraron dudas sobre su vocación. Para un seminarista de buena conducta y conciencia delicada resulta muy dolorosa esta incertidumbre, mucho más si no se encuentra un consejero de suficiente ciencia, experiencia y piedad para determinar sin vacilación el camino a seguir. Peor aún, si lo encuentra y no pone en él toda su confianza. Añádase a esto el pensamiento de empezar a desagradarle a uno el estado clerical, en el cual ha estado pensando habitualmente como en el mayor de los bienes; el temor de ir contra la voluntad de Dios, acariciando otros ideales; el no sentir valor para volver atrás de ese camino, después de varios años de vestir sotana; la repugnancia a manifestar a los superiores sus luchas internas, que podrían ser tenidas por veleidades sin fundamento; la atención a los (**Es1.290**))
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