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((**Es1.289**) mecha que cuelga hasta la tierra. Así preparada la mina, un toque de trompeta avisa a todos los obreros para que bajen y se alejen, y luego se aplica el fuego. Enormes bloques descuajados se precipitan al valle. Esas columnas tan altas y tan gruesas que hay en Turín en la Virgen del Pilone, fueron sacadas de esta cantera. Hay diez talleres de cerrajeros dedicados exclusivamente a fabricar y ajustar punzones, martillos y cinceles. Estuvimos un rato admirando aquella maravilla y seguimos el camino. >>Después de caminar una milla sobre la piedra viva, cubierta de arena acarreada, llegamos a un pueblo digno de especial mención. Todos sus habitantes padecen de bocio; los niños tienen un solo abultamiento, unos grande, otros pequeño; los mayores tienen hasta cuatro, y para que no les molesten con el peso, los vendan con pañuelos, y verdaderamente parece que llevan bajo el cuello un saquito lleno de bolitas. La mitad de sus habitantes son cristianos y la mitad valdenses, por lo que hay dos iglesias; una para los católicos, sobre la cual campea la cruz, la otra sin cruz para los valdenses. Visten todos vulgarmente, son bajos de estatura y feos de cara. Hay junto al pueblo una montaña de dos millas y media de alta, tan escarpada que nadie puede subir a ella. Sin embargo está habitada. He aquí cómo. Labran con el cincel escalones en la piedra viva, y sobre los pequeños rellanos levantan sus covachas, echan tierra que suben del valle alrededor y siembran patatas, judías y cosas semejantes. >>Después de descansar en este pobre pueblo, seguimos hacia Fenestrelle. Llegamos al gran monte de Monviso y estábamos ya frente a Fenestrelle, cuando se levantó un viento tan fuerte, que echaba hacia atrás al caballo y no nos dejaba guiarlo, ni nos permitía hablar. ((**It1.353**)) Se levantaba en remolinos el polvo del camino, mezclado con piedrecillas que nos daban en la cara y nos molestaban muchísimo. Una obscuridad espantosa se extendía por todo el camino. El caballo tropezaba a cada paso, resoplaba y no quería seguir adelante. Nos asustamos a la vista de todo aquello, paramos el caballo y nos volvimos hacia atrás en dirección a Pinerolo. Según descendíamos del monte nos asaltó de nuevo el temor. El viento impetuoso amenazaba arrastrarnos a nosotros, al caballo y al coche por la pendiente del monte entre las rocas, y hacernos perder miserablemente la vida en el abismo. Pero la Providencia vino en nuestra ayuda. Vimos junto al camino una concavidad en el monte, que nos ofrecía un refugio seguro. Aunque con dificultad, metimos en ella al caballo, esperando que pasara la tormenta. Una hora y media después cesaba el viento, pero llegaba la noche. Afortunadamente la luna iluminaba (**Es1.289**))
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