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((**Es1.288**) me tomó la mano, me besó casi llorando y quería decirme muchas cosas, pero no podía proferir palabra embargado como estaba por la alegría. También yo estaba conmovido. Calmado el primer alborozo del corazón, empezamos a hablar con gran satisfacción de varias cosas camino de su casa. Me recibieron en ella con gran amabilidad. Allí estuve dos días. Imposible explicar cómo lo pasé; solamente diré que fueron dos días de cielo. Dondequiera íbamos de paseo o para cualquier asunto, nos invitaban todos a ir a su casa, y si decíamos que no, nos tomaban del brazo y nos llevaban con infinitas muestras de cortesía. Fuimos a ver al vicario y al prefecto de las escuelas, y al alcalde, al vicealcalde y al hostelero Balbiano pariente del de Chieri. Todos nos recibieron espléndidamente. >>A los dos días, decidí marcharme. Mi profesor quería a toda costa que me quedara todavía y me escondió ((**It1.351**)) el paraguas; pero al verme resuelto, se resignó, y me acompañó durante cinco millas y media. Al llegar a este punto del camino nos sentamos en un ribazo y charlamos un rato; pero al intentar despedirme de él, se calló. Yo quería hablar y no podía. Calmados un tanto, charlamos un rato de cosas confidenciales que debían quedar entre nosotros dos, nos levantamos y nos separamos con un apretón de manos. Aceleré el paso y llegué a Pinerolo. Aquí, de nuevo las atenciones y de nuevo las preguntas sobre el viaje y el profesor Banaudi. >>Aníbal y yo resolvimos ir de paseo hacia Fenestrelle. Para ello pedimos el cochecito al ilustre Alberto Nota, el más famoso escritor de comedias de nuestro tiempo. Nos lo prestó de buena gana y lo hizo aparejar y equipar del todo. Cargamos algunas provisiones, subimos al coche y salimos de Pinerolo. >>El primer pueblo que pasamos se llama Porte, situado como un nido entre las rocas, después Floé, en el camino real que costea el Chiusone. Este río duplica las aguas del Po. Al otro lado del camino se eleva una alta cadena de montañas. Finalmente, a lo lejos divisamos una montaña altísima que se llama Malanagi o Malandaggio, que parecía cubierta de nieve, pero no era así; pues ya más cerca, vimos que era un monte de piedra blanca, en cuya falda había alrededor de mil quinientos hombres que trabajaban en aquella cantera. Desde la cumbre colgaban unas cuerdas hasta el fondo, pues las rocas son tan lisas y tan cortadas a pico que ni los gatos podrían trepar por ellas. Los obreros se agarran a estas gruesas cuerdas y suben hasta donde quieren abrir la mina. Una vez allí, clavan en la piedra viva dos hierros puntiagudos ((**It1.352**)) para sostener un tablón, y, sentados en él, hacen el hueco para la mina, lo llenan de pólvora y ponen una (**Es1.288**))
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