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((**Es1.193**) los ojos vendados no ve por dónde anda. Así que hazte con dinero ((**It1.225**)) y también tú podrás divertirte como tus compañeros. - Juan respondió a la pérfida sugestión: -No entiendo qué quieres decir, mas deduzco de tus palabras que quieres aconsejarme el juego y el robo. Pero, no dices tú todos los días en las oraciones: el séptimo no hurtar?, no es éste un mandamiento de la ley de Dios? El que roba es un ladrón y los ladrones acaban mal. Por otra parte, mi madre me quiere mucho; y si le pido dinero para cosas buenas, me lo da; nunca he hecho nada sin su permiso, y no quiero empezar ahora a desobedecerla. Si tus compañeros hacen eso, son unos perdidos. Si no lo hacen y lo aconsejan a otros, son unos bribones y unos malvados. Estas palabras corrieron de uno a otro, y ya nadie se atrevió a hacerle tan indignas proposiciones. Más aún, su respuesta llegó a oídos del profesor, el cual, a partir de entonces, empezó a cobrarle mayor afecto; la supieron también los padres de los jovencitos, aún de posición desahogada, los cuales en adelante exhortaban a sus hijos a juntarse con él e imitar sus ejemplos, encantados del candor que resplandecía en todos sus actos. De este modo pudo fácilmente atraerse un grupo de amigos que le querían y obedecían como los de Morialdo y Moncucco, los cuales seguían yendo a visitarle de cuando en cuando. Su compañía era una continua lección de prudencia. En todas las cosas, de mucha o poca importancia, ponía siempre todo su empeño; cuidaba lo que decía, y no hablaba nunca sin pensarlo bien antes; y cuando tomaba una resolución, nadie podía apartarle de ella. Sin darse siquiera cuenta, sus amigos iban formando su carácter según el modelo del compañero, el cual buscaba por todos los medios ganarse sus corazones y hacer que les fueran agradables sus saludables consejos. Entre otras industrias, siempre que volvía ((**It1.226**)) de la casa materna, a donde iba a pasar algunos días de vacaciones, solía llevar fruta para regalársela, y ellos se gozaban grandemente de su amable generosidad; él, por su parte, aprovechaba la ocasión para hablarles de religión y recomendarles con gran fervor la devoción a María Santísima. Sentía una atracción especial por la iglesia del Castillo, colocada en lo más alto de la colina, y a ella subía, ora solo, ora acompañado de los amigos, para tributar a la Virgen bendita su filial devoción. Tal vez la Madre celestial le concedió allí algún señalado favor, pues en el transcurso de los años no olvidó nunca aquella iglesia, y los dulces momentos que en ella pasó. Cuando Juan Filippello iba a visitarle a Turín, no le dejaba partir sin regalarle un paquetito de estampas para que las diera a las personas que iban a esa iglesia a rezar el santo rosario, y especialmente para animar (**Es1.193**))
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