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((**Es1.192**) escribir una redacción semejante, y que, por consiguiente, era imposible que la hubiera hecho el jovencito Bosco. Por el juicio de don Moglia advirtió Juan que ya no contaba con el favor de éste su antiguo maestro. En efecto, por uno de esos inexplicables cambios que a veces se operan en el corazón humanos, se le había metido en la cabeza a don Moglia que el joven campesino de I Becchi hubiera hecho mejor renunciando a los estudios y volviendo a agarrar la azada. El porqué lo sabe Dios, el cual preparaba a Juan una nueva contradicción, para poner una vez más a prueba su confianza en El y su perseverancia. Entretanto, Juan, aunque lejos de los ojos de la madre, le guardaba aquel santo afecto, que ella había sabido infundirle con sus virtudes. No hacía nada sin su permiso, y ella le otorgaba cuanto le pedía, siempre dispuesta a contentarle, dado que sus deseos eran muy limitados y de cosas de estricta necesidad. ((**It1.224**)) Roberto y su familia habían cobrado cariño a Juan y particularmente el hijo, con el cual iba a la escuela, había contrído con él una cordial amistad. Margarita iba casi todas las semanas a llevarle la provisión de pan para los siete días; tenía que hacer una caminata bastante larga, pero no se le ocultaba la importancia de ver de cerca las andanzas del hijo. Cuando Juan fue a Chieri, como estudiante primero y después como seminarista, siguió yendo Margarita a visitarle, aunque con menos frecuencia, y siempre acompañada de José para que viera al hermano. Toda la familia de Roberto se alegraba grandemente al llegar Margarita, porque los de buen corazón encuentran correspondencia en las personas caritativas. Margarita se regocijaba al saber que el hijo seguía siendo cada día más cumplidor de sus mandatos; oía con gran satisfacción repetir a todos que era virtuoso, de gran piedad, amante de la oración y del exacto cumplimiento de sus deberes escolares; que se distinguía entre sus compañeros por la gran devoción y modestia con que frecuentaba los santos sacramentos, siendo objeto de admiración por su compostura en la iglesia y por su constante asistencia a las sagradas funciones, por lo cual el párroco don Dassano le había puesto como vigilante en una sección del catecismo cuaresmal. Pero la virtud no está libre de asechanzas. Aquel año tuvo Juan sus peligros por parte de algunos compañeros. Trataban de llevarlo a jugar en tiempo de clase; y como él se excusase diciendo que no tenía dinero, le sugirieron cómo procurárselo, robando al amo o a la madre. Para animarle a hacerlo le decía uno de ellos: -Amigo, es hora de despabilarse; hay que saber vivir en el mundo. El que va con (**Es1.192**))
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