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((**Es1.175**) - La pobreza no me preocupa, respondía en seguida Juan, porque habrá personas que pagarán por ((**It1.201**)) mí. - Es admirable su fortaleza de ánimo en medio de tantos obstáculos, y su esperanza contra toda humana esperanza. Sin embargo, sus buenos amos, aunque creían irrealizable la aspiración de Juan, nunca le contrariaron. Un día el señor Luis le dijo: - Estudia todo lo que sea preciso, para que veas satisfecho tu deseo. - Y cuando no eran necesarios sus servicios, le dispensaba del trabajo para ese fin. Juan le daba las gracias, y se retiraba al henil para estar más tranquilo. Un día, el tío Juan, en mitad de los surcos que araba, se dirige de improviso al joven y le dice espontáneamente: - Ten entendido que, cuando no necesite que guíes los bueyes, te retirarás a estudiar a la sombra. - A pesar de todo esto, Juan no podía ni quería abusar de la bondad de los amos, pues muchos trabajos eran urgentes y él estaba siempre al dictado de los deberes de su estado y de una exquisita prudencia, que era la norma de sus actos. Por otra parte, cómo podía continuar con acierto los estudios sin un guía? Un rayo de esperanza brilló en aquel momento. En el mes de septiembre llegó para vivir en la granja el sacerdote Moglia, tío del señor Luis, hermano de José y maestro municipal, el cual, habiendo observado con vivo interés la conducta del joven criado, se ofreció a darle una hora de clase al día. Juan se lo agradeció vivamente; pero pudo sacar poco provecho; porque el buen sacerdote pasaba en el caserío solamente una parte de las vacaciones otoñales, precisamente la estación en que más urgen los trabajos de la vendimia y la siembra. íFué una nueva desilusión! Pero no impidió que su mirada siguiera fija en su vocación. Y al igual que aquel verano, supo demostrarlo durante el nuevo año 1829. Cuanto más crecía en edad, mejor iba conociendo la necesidad de cuidarse de los niños, y más vivo se sentía en él ((**It1.202**)) el deseo de ocuparse de ellos. Como los domingos debía ir a la parroquia de Moncucco para asistir a las funciones religiosas, no tardó en verse rodeado de todos los muchachos, no sólo los que iban al campo, sino también los que iban a la escuela. El párroco, teólogo Cottino, hombre muy culto y celoso, desde los primeros días de su encuentro con Juan, vio brillar en él una devoción sincera, especial; conoció el buen espíritu que le animaba y el bien que podía hacer a los jovencitos con sus juegos e instrucciones; por eso, no sólo le apoyó lo mejor que supo, sino que, cuando el pastorcito tuvo que trasladarse a otra parte, él mismo continuó durante muchos años las reuniones por él (**Es1.175**))
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