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((**Es1.173**) Afirmaban los señores Moglia que jamás vieron en él la menor falta infantil, de lo que se maravillaban: ni una de las travesuras que acostumbran los de su edad: ni un empujón a los compañeros, ni una palabra de enfado o de burla: ni quitar fruta, siquiera en pequeña cantidad: ni la menor mirada o gesto que el más severo crítico pudiera juzgar poco delicado: su porte era el de un hombre maduro y sensato. Los que vivían por aquella aldea afirmaban: -íEra distinto de los demás niños y nos enseñaba a nosotros! Con todo, ya en aquellos primeros tiempos no faltó la punzada de alguna lengua maldiciente, cuando con la vacada en los pastos, se arrodillaba junto a las vacas, para estar más cerca de ellas o para defenderse de los rayos del sol en medio del prado. Algunos campesinos, al verle en tal postura, creyeron que ordeñaba las vacas para beberse la leche, como suelen hacer los criados glotones e infieles, y le acusaron de ladrón a los amos; pero éstos, que eran personas prudentes, quisieron cerciorarse varias veces con sus propios ojos y siempre le sorprendieron leyendo el catecismo. El estudiaba continuamente este precioso librito, aunque ya estaba muy instruido en la doctrina cristiana, y alternaba su lectura con alguna oración. Estando tan lleno del espíritu de Dios como estaba, se puede comprender cuánto aborrecía y evitaba, no sólo lo que pudiera empañar el candor de su alma, sino lo que sencillamente pudiera parecer menos conveniente para un jovencito. Dorotea ((**It1.199**)) Moglia contaba que Don Bosco se cuidaba con mucho gusto de un hijo suyo de tres años, llamado Jorge, que estaba continuamente a su lado, lo mismo en el campo que en casa; y que no se cansaba de oír sus infantiles charlas y de interesarse con gran amabilidad por las cosas del pequeñín. Pero, habiéndole invitado varias veces ella misma a cuidarse también de una hija suya de cinco años, respondía con buenas maneras: -Déme usted muchachos, aunque sean diez, que yo cuidaré de ellos el tiempo que usted quiera; pero de las niñas yo no debo cuidarme. - Fue ésta la única vez que pareció excusarse de obedecer. Con todo, la dueña dejaba alguna vez a la hijita sentada en el suelo y se retiraba para ir a otra parte, como para obligarle a que se cuidara de ella; pero él, cuando suponía no ser visto, se alejaba a cierta distancia. Dorotea, al volver, le reprendía diciendo: -íAh, pícaro! Por qué no quieres cuidarte de ella? - Y él, con toda tranquilidad, respondía: -íYo no estoy destinado a eso! En la granja Moglia siguió el mismo plan de vida que llevaba en I Becchi. Con su trato afable y sus juegos empezó a atraer a los pocos niños de la aldea, los cuales se le hicieron pronto amigos. Durante el (**Es1.173**))
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