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((**Es1.172**) manos: tenía los ojos cerrados, la cara vuelta hacia el cielo y un aspecto tan encantador que el observador quedó sorprendido. Juan Moglia le tocó suavemente en el hombro y le dijo: - Por qué duermes así al sol? - Bosco volvió en sí y respondió: -No, no; no dormía. - Y diciendo esto se levantó avergonzado de haber sido descubierto mientras meditaba. El jovencito no dejaba de santiguarse lo mismo antes que después de la comida e introdujo esa piadosa costumbre, añadiendo una breve oración, en aquella generosa familia, que, antes de llegar él, la descuidaba a veces: ((**It1.197**)) es decir, en invierno no la dejaban nunca, mas no así en el verano, cuando estaban cansados por el trabajo. Se cuidó asimismo de que se rezara tres veces al día el saludo del Angel, al tocar la campana. Un día de verano, volvía a casa el anciano José bañado en sudor y con la azada al hombro. Era el mediodía; se oía a los lejos la campana, pero él no pensaba en rezar el Angelus, sino que, rendido por el cansancio, se tendió a la larga. Cunado he aquí que ve al jovencito Bosco que, llegado un poco antes, estaba de rodillas en el rellano de la escalera, rezando el Angelus, y riendo exclamó: -Mira qué bonito: los amos destrozando nuestra vida de la mañana a la noche, hasta no poder más, y él tan tranquilo ahí, rezando en santa paz. íAsí se gana el cielo fácilmente! -Bosco terminó su oración, bajó la escalera y dirigiéndose al anciano: -Escuche, le dijo, usted mismo es testigo de que yo no me quedo atrás cuando hay que trabajar, pero es muy cierto que he ganado yo más rezando que usted trabajando. Si usted reza, por cada dos granos que siembre, nacerán cuatro espigas; si no reza, sembrará cuatro granos y no recogerá más que dos espigas. De modo que rece usted también, y así, en vez de dos espigas recogerá cuatro, como yo. Qué trabajo le costaba detenerse un momento, dejar la azada y rezar? Hubiera ganado el mismo mérito que yo. -Aquel buen hombre, profundamente admirado, exclamó: -íCaramba!Que tenga yo que aprender de un muchacho? Ya no me atreverá a sentarme a la mesa, sin antes rezar el Angelus. - Y, en adelante, no olvidó nunca esta oración. El respeto, el amor, la afabilidad de modales con que Juan trataba a los que consideraba como representantes de su madre, hacía que todas sus observaciones le resultaran muy agradables. Con frecuencia surgían ((**It1.198**)) diferencias de opinión entre él y los ancianos; se llegaba a una discusión pacífica; y Bosco, respondiendo con tranquilidad, terminaba por obtener razón. De modo que huéspedes y amigos solían repetir: -Se ve que este muchacho está destinado a enseñar a los demás, íhasta a los viejos! (**Es1.172**))
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