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((**Es1.171**) cama o en un rincón del establo, recitaba por largo tiempo sus oraciones de la maañana y de la noche. Pero la señora Dorotea, que, sin ser vista, había observado su compostura mientras rezaba, edificada de su sincera piedad, y después de haberle enseñado las invocaciones de las letanías de la Virgen que él recitaba con algún error, le encargó de dirigir por la noche las oraciones de toda la familia reunida ante una imagen de María Santísima, costumbre que aún se conserva religiosamente en aquella casa. Con el santo rosario se termiaban los trabajos del día, y de él se sacaba estímulo y gracia del cielo para el exacto cumplimiento de los deberes del propio estado. Los sábados por la noche se presentaba Juan a los amos a pedirles permiso para ir al día siguiente a Moncucco, y oír la primera misa, que allí se celebraba muy temprano. No sabían ellos el motivo de su mañanero paseo, tanto más cuanto que, horas más tarde, asistía a la misa parroquial y a las demás funciones religiosas. Un domingo, Dorotea Moglia quiso saber por sí misma a qué iba su criadillo a Moncucco. Fue ella primero y se emplazó en un lugar desde donde podía espiar sus pasos. Y le vio cómo, entrando en la iglesia con todo recogimiento, se dirigió al confesonario del párroco, que lo era entonces el teólogo Francisco Cottino, se confesó, recibió la comunión, asistió a la santa misa y, después, se volvió la mar de contento a casa. El ama, que se adelantó, le preguntó si el motivo de ir siempre a la primera misa, era para ((**It1.196**)) acercarse a los sacramentos; y al verle algo turbado, como si temiera haber sido descubierto, no quiso importunarle y sin darle tiempo a contestar, le dijo: - Estamos de acuerdo; en adelante, tienes permiso para ir a la misa primera. - Juan no dejó nunca de aprovecharse de este permiso y de acercarse a la mesa eucarística todos los domingos y las demás fiestas del año. Por aquellos tiempos no era costumbre la comunión frecuente y semanal, y además, desde la granja de los Moglia a Moncucco había una hora de camino y por malos senderos. El amor a Jesus Sacramentado era una muestra de su espíritu de piedad. Con frecuencia, en efecto, fue sorprendido tanto en casa como fuera, absorto en oración. Un día apacentaba las vacas cerca de la granja. Hubo un momento en que la dueña Dorotea Moglia y su cuñado Juan Moglia, le vieron en medio del prado inmóvil y, merced a las ondulaciones del terreno, como si estuviera tendido en el suelo. Creyendo que dormía al sol, le llamaron por su nombre; pero, al ver que no se movía, Juan Moglia se dirigió hacia él, llamándole una y otra vez en voz alta. Bosco no respondía. Al llegar cerca, vio que el jovencito estaba arrodillado y con un libro en las (**Es1.171**))
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