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((**Es1.156**) sabe>>. En casa le hacía rezar, leer un libro devoto y le daba además aquellos consejos que una madre ingeniosa tiene siempre a punto para bien de sus hijos. En la mañana del día de la primera comunión no le dejó hablar con nadie, le acompañó a la sagrada mesa e hizo con él la preparación y acción de gracias, que el cura ecónomo don Sismondo dirigía alternando con todos en alta voz. No quiso que durante aquel día se ocupase en ningún trabajo material, sino que lo empleara en leer y en rezar. Entre otras muchas cosas, la buena madre le dijo muchas veces: -Querido hijo mío: éste es un día muy grande para ti. Estoy persuadida de que Dios ha tomado verdadera posesión de tu corazón. Prométele que harás cuanto puedas para conservarte bueno hasta el fin de la vida. En lo sucesivo, comulga con frecuencia, pero guárdate de hacer sacrilegios. Dilo todo en confesión; sé siempre obediente; ve de buen grado al catecismo y a los sermones; mas, por amor de Dios, huye como de la peste de los que tienen malas conversaciones. - Y don Bosco dejó escrito: <((**It1.175**)) y en la sumisión a los demás, que al principio me costaba mucho, ya que siempre quería oponer mis pueriles objeciones a cualquier mandato o consejo>>. La buena Margarita, entretanto, no podía apartar de su mente el vivo deseo de contentar a Juan y ponerle a estudiar. Su inclinación a los estudios era manifiesta; además, él mismo le había confiado muchas veces las ganas que tenía de abrazar el estado eclesiástico. Ella pedía al Señor que le hiciera encontrar el modo para vencer la oposición de Antonio, a quien tampoco quería disgustar demasiado. No pasó mucho tiempo, cuando recibió la alegría de un suceso inesperado. El Santo Padre León XII había promulgado en Roma, en el año 1825, el gran jubileo y unos cuatrocientos mil peregrinos habían ido a ganarlo a la Ciudad Eterna. En el 1826 lo extendió a las iglesias de fuera de Roma y monseñor Colombano Chiaverotti decretó que en la archidiócesis de Turín tuviera lugar del doce de marzo al doce de septiembre. Fue enorme el concurso de fieles para ganar el jubileo, lo mismo en las más humildes aldeas que en las ciudades más populosas y en Turín. En la capital, el obispo de Pinerolo predicó unos ejercicios espirituales al Rey, a su corte y a los nobles; y pudo luego verse a la Casa Real y a la Acedemia militar, acompañada de la Corporación Municipal y la flor y nata de los ciudadanos, ir (**Es1.156**))
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