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((**Es1.155**) carecía de capellán hacía bastante tiempo. Esta falta de iglesia o de capilla, adonde ir a rezar y a cantar con los compañeros, apenaba seriamente a Juanito y era el motivo por el cual acudían con tanto gusto sus paisanos ((**It1.173**)) a escuchar las pláticas del pequeño saltimbanqui. Así que Juan debía limitarse casi exclusivamente a la instrucción religiosa que le impartía su buena madre, de cuyos labios había aprendido todo el catecismo. De ordinario, ningún niño era admitido a la primera comunión, si no tenía doce años. El cura ecónomo, don Sismondo, óptimo y celoso pastor, imbuido, sin embargo, de principios más bien rígidos con respecto a los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, no se apartaba tampoco de la costumbre generalmente mantenida por los otros párrocos. El mismo José Cafasso, de quien hablaremos más adelante, a los trece años aún no había sido admitido a la comunión, pese a su vida angelical y su instrucción religiosa nada común. Con todo, la madre de Juan, deseando que su hijo no avanzara en edad sin realizar este gran acto de nuestra santa religión, se las arregló ella misma para prepararle como mejor pudo y supo, lo mismo que ya había hecho con los otros dos hermanos Antonio y José. Durante la cuaresma de aquel año, le envió todos los días al catecismo de la parroquia, donde fue modelo para todos con su buen ejemplo. Asiduo en asistir a las lecciones, apenas oía al párroco una o dos veces una respuesta del catecismo, por larga que fuera, la retenía en la memoria y la repetía expeditamente. Esto causaba admiración a sus compañeros, que le cobraban cada día más afecto, y fue una buena recomendación para el párroco a la hora del examen, que tuvo lugar al final de la cuaresma. La Pascua de Resurrección de aquel año 1826 cayó en el 26 de marzo. Dadas las favorables referencias recibidas y el modo como Juan había respondido en el examen, el párroco se decidió a hacer con él una excepción a la regla general y le admitió a la sagrada comunión, que tendría lugar en el día fijado para el cumplimiento pascual de todos los niños. ((**It1.174**)) Era imposible evitar la distracción en medio de la multitud. Margarita quiso asistir en persona y preparar con todo cuidado a su querido Juan a tan grande acto. Le acompañó tres veces a confesarse. Durante la cuaresma, le había repetido: -Juanito mío, Dios te va a dar un gran regalo; procura prepararte bien, confesarte y no callar nada en la confesión. Confiésalo todo, arrepentido de todo y promete a nuestro Señor ser mejor en lo porvenir.- <(**Es1.155**))
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