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((**Es1.154**) la madre de mi marido y, por lo mismo, mi madre. Debo respetarla y servirla. Se lo prometí a mi pobre Francisco antes de morir. Si todos los gastos que hago fueran bastante para prolongar su vida un solo minuto, yo me sentiría feliz. - Y Juan ayudaba continuamente a su madre lo mejor que podía, tanto en la asistencia como en todo lo que hiciera falta, de tal manera que ningún enfermo, por diligente que fuera, lo habría hecho mejor que él. Entre tanto, el párroco había administrado a la buena anciana los últimos Sacramentos. Ella, en los días anteriores, había dicho repetidas veces a sus nietecitos: -Recordad que vuestra felicidad y todas las bendiciones del Señor dependerán del respeto y de las atenciones que dispenséis a vuestra madre. - Pero un día quiso tenerlos a los tres juntos para darles los últimos consejos. Les recomendó que fueran obedientes a su madre y que imitaran sus ejemplos, tratándola siempre como ella había tratado a su pobre abuela, a la que nunca, en tantos años, había dado el menor disgusto: su madre, para asistirla y ayudarla no había querido ((**It1.172**)) salir de casa y cambiar de estado, a pesar de las ofertas y proposiciones habidas de una vida cómoda y desahogada: por amor a la abuela se había sometido a una vida llena de sacrificios; ella misma reconocía que le había hecho sufrir mucho y ejercitar la paciencia en sumo grado; y que por eso, se empeñaron ellos con todas sus fuerzas en proporcionar a su madre los consuelos que ella había derrochado para endulzar la vida de la abuela. El día once de febrero fue el último de su existencia. Junto a su lecho estaban Margarita y los nietos. La abuela, haciendo un esfuerzo, les dirigió estas palabras: -Parto para la eternidad; encomiendo mi alma a vuestras oraciones. Perdonadme, si algunas veces fui severa con vosotros; lo hacía por vuestro bien. Y a ti, Margarita, te agradezco cuanto has hecho conmigo. -La estrechó contra su pecho y la besó diciendo: -Mi último beso en esta vida; espero veros a todos mucho más felices en la bienaventurada eternidad. -Los nietos, que lloraban a lágrima viva, fueron llevados a casa de un vecino y, después de una hora de dolorosa agonía, la buena anciana entregaba su alma al Creador. Mientras tanto, Juan, que ya tenía diez años, deseaba hacer la primera comunión. El párroco no le conocía, dada la distancia de la aldea. Para oír un sermón o asistir al catecismo cuaresmal, había que caminar cerca de diez kilómetros entre ida y vuelta, a Castelnuovo o a la aldea de Buttigliera. La capilla de San Pedro en Morialdo también quedaba algo alejada de I Becchi y, por aquel entonces, (**Es1.154**))
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