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((**Es1.148**) su nombre. - Qué desea? - respondió él volviéndose atrás y deteniendo el paso. Y Margarita en voz baja: -Le gustaría a usted que sus hijas oyeran las palabras que va usted diciendo? - íVaya! íA qué viene esto! Ya se sabe, hay que estar alegres! íSe dicen estas cosas para reír! O es que ya no está permitido reír? Hago daño a alguien riendo? íHabría que irse de este mundo para no oír ciertas conversaciones! -Pero lo que usted va diciendo, es malo o no? Y si es malo, por qué lo dice? -íCuántos escrúpulos! íDeje de molestar! Son cosas que las dicen todos; y yo no puedo decirlas? -Aunque fuera verdad que todos las dicen, dejan por ello de ser pecado? Y si usted va al infierno, de qué le servirá que otros hayan tenido las mismas intenciones que usted tiene? - Ante este apóstrofe de la impertérrita mujer, el grosero se echó a reir a carcajadas, y sus compañeros, que también se habían parado, le corearon. Entonces Margarita con voz conmovida añadió: -íA su edad, con los cabellos blancos, en vez de dar buen ejemplo se ha convertido en escándalo para estos pobres muchachos! íQué vergüenza! - Y tomando a sus hijos, dejó el camino ancho, para llegar a la iglesia por un sendero a través de los prados. Cuando se encontró sola, la santa mujer se detuvo y dijo a sus hijitos: -Bien sabéis cuánto os quiero; con todo, si alguna vez hubierais de llegar a ser malos como ese viejo indecente, íno sólo prefiero que el Señor os ((**It1.164**)) haga morir ahora mismo, sino que tendría el valor de estrangularos yo misma con mis propias manos! - Palabras demasiado enérgicas, se dirá: pero el que ama la inocencia y el candor de sus hijos encontrará en ellas la expresión de su profundo sentimiento, es decir, la importancia de conservar la gracia de Dios. Otra tarde, estando Margarita en casa, oyó a dos muchachotes, que se habían quedado en la era, hablando en voz alta de cosas inconvenientes. Los dos eran conocidos por su mala conducta y sus modales insolentes. Margarita salió y les rogó que no hablaran de aquella manera. Los dos desvergonzados soltaron una carcajada. Entonces ella les intimó resueltamente: -íNo quiero de ningún modo que estéis aquí! - Los dos bribones, sin moverse del sitio, entonaron una canción vulgar. Margarita repitió: -Estáis en mi casa, en mi propiedad; aquí mando yo: ímarchaos de aquí! - Pero los provocadores, en vez de irse, se pusieron detrás de una pilastra de la tenada y siguieron voceando y cantando frases indecorosas. Margarita no se dio por vencida. Llamó a uno de sus hijos y le ordenó ir corriendo a (**Es1.148**))
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