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((**Es1.147**) muchachas de los contornos, que causaba admiración ver el respeto que todas le manifestaban. En el verano, a causa del calor sofocante, se tolera en las familias cierta libertad en el vestir, que no se inspira ciertamente en la austeridad del Evangelio. Pues bien, cuando Margarita entraba en una casa, las muchachas, apenas oían su voz, si no estaban en condiciones de poder presentarse, corrían a esconderse o a ponerse un vestido más decente, y no aparecían sino cuando estaban ((**It1.162**)) seguras de merecer una palabra laudatoria de la buena Margarita. Pero, si alguna se veía sorprendida sin haber tenido tiempo de escapar, y al mismo tiempo llegaban también otras personas, la muchacha encontraba refugio junto a Margarita; ésta entonces, a modo de caricia, le colocaba con delicadeza sobre los hombros el borde del propio delantal e inclinado la cabeza le decía al oído: - Cómo puedes tener el atrevimiento de estar así delante del Señor? Hemos notado anteriormente cómo Margarita daba también de buen grado hospitalidad a los vendedores ambulantes. Hacia esta caridad con una intención especial. Estas gentes, más de una vez, llevaban en sus cestas dibujos o libros poco normales, para venderlos en ferias. Margarita, cuando lo sabía, les rogaba se los dieran y, unas veces, los quemaba allí mismo, mientras otras los guardaba para entregarlos al capellán de Morialdo. No era raro que los mismos vendedores, para complacerla, echaran al fuego aquella mercancía ante sus ojos. Ella no sabía leer; pero vigilaba atentamente los libros que circulaban y deducía su bondad o su malicia por las expresiones que hábilmente sabía sacar de los labios de sus dueños. Por su parte, recompensaba a estos huéspedes tratándoles como amigos y no como forasteros: los sentaba a su misma mesa y les servía de lo mejor que había preparado para la propia familia. A la hora de despedirse hacía que le prometieran que, en adelante, no venderían más dibujos o figuras que pudieran hacer daño a las almass, promesa que fácilmente lograba de las personas conquistadas por su caridad. Más de una vez sucedió que le tocó presenciar algún escándalo grave; entonces manifestaba su energía y su franqueza de modo admirable. Un domingo, iba a la santa misa y llevaba de la mano a José y Juan. A la cabeza del gentío, que crecía por momentos, marchaba un grupo ((**It1.163**)) de quince o veinte muchachotes. Iba entre ellos, como jefe de grupo, un hombre de unos sesenta años, que había ya cumplido condena de cárcel durante varios años por ladrón. Hablaba con los demás en alta voz de cosas obscenas, lanzando a diestra y siniestra agudezas indecentes, causando fastidio a los que pasaban. Margarita no pudo contenerse y acercándose le llamó por (**Es1.147**))
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