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((**Es1.146**) al mismo Ariosto. Exponía aquellas extrañas aventuras con tanto atractivo, que sus hijos confesaban que se encontraban más contentos allí oyéndola, que si les hubiese concedido su petición. Entrada ya la noche, Margarita acababa diciendo: -Y ahora a dormir; pero antes recemos una oración por el que muera esta noche, para que no se condene. -Estas palabras producían un efecto mágico y saludable en el alma de los niños. Por otro lado, ella se preocupaba de las muchachas hasta el punto de hacer pensar que había hecho propósito generoso de ello. Si por el camino encontraba a algunas pobrecitas con el vestido roto o corto, se les acercaba: -No os ruborizáis de vuestro ángel de la guarda que va a vuestro lado? No sabéis que él se cubre la cara con las manos y se avergüenza de teneros bajo su custodia? -Es que somos pobres y nadie se preocupa de darnos ropa ni de arreglarnos los vestidos. -Está bien, venid conmigo -y las conducía a su casa, se colocaba a su alrededor, zurcía aquellos trapos, les ponía los remiendos de tela o de paño que fueran necesarios y las despedía con la bendición de Dios, de modo que ya no parecían las personas sucias de antes. Aunque obligada a trabajar de la mañana a la tarde para ((**It1.161**)) proveer de lo necesario a la familia, no le importaba perder un tiempo tan precioso en esta obra de caridad. Particularmente trataba de hacer el bien a aquellas pobres muchachas que sospechaban podrían encontrarse en algún peligro. Unas veces les daba pan, otras les preparaba la polenta, otras les regalaba fruta o les reservaba lo que sabía les agradaba para meter en el bocadillo y así atraérselas. Las invitaba a ir a su casa siempre que tuvieran una necesidad, las recibía como una madre recibe a las propias hijas, las socorría generosamente de la mejor manera que le era posible, y no las dejaba marcharse sin darles un consejo oportuno. Sobre todo, se preocupaba de que no frecuentaran la compañía de personas de otro sexo y, para alejarlas, se servía de artes tan finas y delicadas, que sería demasiado largo hablar de ello. Era todo ojos, especialmente en las veladas de invierno. Pero nuncaa se precipitaba para dar un aviso, sino que esperaba la oportunidad para hablar a solas. Entonces enseñaba, a quien pudiera tener necesidad, el modo de estar bien compuesta cuando se sentaba en medio de los demás, hacía notar los inconvenientes de ponerse al lado de determinados individuos e indicaba la manera de conducirse cuando se entretuvieran con fulano o con zutano y cómo debían moderar su modo de hablar y corregir sus gestos y las risas exageradas. Con este proceder, Margarita se había ganado de tal manera a las (**Es1.146**))
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