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((**Es9.833**) -íCuánta veneración, cuánto reconocimiento y cuánto amor guardo siempre en mi corazón al venerable don Bosco! Esos eran los sentimientos de la mayor parte de sus alumnos que iban al Seminario. Muchos, cuando se acercaba el tiempo de las sagradas órdenes, acudían al Oratorio para abrir su conciencia al antiguo padre de su alma y para pedirle consejos. Nos dijo monseñor Muriana, exalumno y párroco de Santa Teresa de Turín, que por este motivo se presentó a don Bosco en 1867 con diez seminaristas para confesarse. ((**It9.940**)) El Oratorio rebosaba de alumnos y aún se les añadieron algunos llegados de Asia y de Africa. El 5 de octubre entraban en el Oratorio, recomendados por el Patriarca de Jerusalén, José Smain Siam, hijo de Mustafá y de Esce, artesano de treinta años, y Juan María Smain, hijo de José y de Rufisce, estudiante de doce años. Los dos eran jerosolimitanos. No estuvieron mucho tiempo, pero dieron testimonio de cómo corría la fama de don Bosco hasta por sus tierras. El 31 de octubre, cuatro nuevos argelinos, pertenecientes también a la tribu de los Kabilas y huérfanos del tiempo de la gran carestía, entraban en el Oratorio. Los enviaba monseñor Lavigerie, arzobispo de Argel, recomendados a don Vicente Persoglio, Rector de San Torpete en Génova. Habían recibido ya el bautismo, y tres de ellos la confirmación. Se llamaban Antonio Allel, Augusto Seid, Cierre de Pierre Adel Kader y Agapito Siamma. Fueron recibidos con alegría por los que les habían precedido. Dos entraron en la sección de estudiantes, porque deseaban volver a su patria para anunciar el Evangelio a sus hermanos. Pero en aquellos días el Oratorio de Valdocco sufría dos pérdidas. Don Miguel Rúa escribía en el necrologio: Carlos Delloro, natural de Intra, moría el 23 de octubre a la edad de sesenta y un años. Hombre serio y amigo de la soledad. Se distinguía por su amor a la oración, a los santos sacramentos, a todo ejercicio de piedad y por la exacta ocupación del tiempo. Como a veces no podía dormir durante la noche, se levantaba y se entregaba a la oración o a la lectura de algún libro piadoso. En su larga enfermedad edificó a todos con su resignación. Durante el la, recibió muchas veces los santos sacramentos, que ardientemente deseaba. Juan Bértola, de Castellamonte, murió el 27 de noviembre a la edad de diecinueve años. Era un clérigo óptimo. Su aplicación al estudio le permitió cursar en pocos años el bachillerato, y su ejemplaridad hizo que le abrieran sus puertas las distintas asociaciones piadosas del Oratorio. Es más, por su distinción entre los compañeros (**Es9.833**))
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