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((**Es9.688**) En aquellos días los alumnos del Oratorio manifestaban su grande y generoso afecto al Vicario de Jesucristo. Escribe la Unidad Católica del 28 de diciembre: <>. Con un acto de homenaje al Vicario de Nuestro Señor Jesucristo terminaba el año 1869. En nuestras memorias no se menciona el aguinaldo de don Bosco a los alumnos; pero creemos que les hablaría de las oraciones que había que hacer para el triunfo del Concilio Vaticano. Mas, si no tenemos el aguinaldo para los muchachos, conocemos en cambio las sentidas felicitaciones dirigidas de un modo popular y alegre a los suscriptores de las Lecturas Católicas en el Hombre de Bien, almanaque para el año 1870. Yo lo había dicho muchas veces: que el mundo estaba enfermo y necesitaba un buen médico para curar. Enfermedades en los pobres, que quieren a toda costa llegar a ricos; enfermedades en los ricos, que, hartos de tanta fortuna, envidian la suerte de los pobres y hacen lo posible para llegar a serlo; enfermedades en los escolares, que quieren saber más que sus maestros, y, por eso, faltan a la escuela y dejan que los libros estudien por sí mismos; enfermedades también en los maestros, que no saben ya cómo frenar a los muchachos apenas llegan a los doce años; enfermedades arriba, enfermedades abajo, enfermedades por todas partes. Casi, casi diría que donde mejor se está es en los hospitales. Con tantos males era necesario que los médicos se reunieran en consulta para encontrar el modo de curar a todo el mundo, poco menos que en las últimas. Y he aquí que el gran médico de las almas, el glorioso Papa Pío IX, apesadumbrado por los gravísimos males con que está afligida la triste humanidad, convoca un gran consejo, invitando a todos los obispos de la cristiandad a reunirse en Roma, para buscar un remedio apropiado. Ciertamente será un gran espectáculo contemplar a tantos y tantos Pastores, animados todos por un mismo sentimiento, llegar a Roma, como los apóstoles cuando se reunieron en Jerusalén invitados por san Pedro, e invocar ((**It9.772**)) al Padre de las luces y restituir otra vida al mundo. Serán días felices para nuestro consuelo y el de nuestros hijos. Viejo como soy, quisiera correr a la nueva Jerusalén para dar gracias al afortunado Pontífice por la grande y piadosa idea y agradecer también a los obispos, sus hermanos, que partieron obedientes a su invitación. Algunos han debido viajar durante tres meses seguidos por caminos difíciles, pero así como el árabe en el gran desierto tiene siempre los ojos vueltos al monte Oreb, y lo saluda con transportes de alegría, al verlo desde lejos, así ellos, no pensando más que en Roma, soportaron con alegría los embates de los mares y los barcos y las incomodidades de los transportes lejanos; y como el viajero que, si finalmente llega a la meta deseada, ...olvida el hastío y los males de la pasada vida, (**Es9.688**))
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