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((**Es9.662**) los instruía él mismo o por medio de sus ayudantes. En los días festivos predicaba las verdades de la fe y promovía por todos los medios la piedad. Todas las noches, antes de ir a dormir, nos hacía una plática. Su método de educación era totalmente paternal, atraía a los jóvenes con agradables modales, por lo que le querían mucho.Les inculcaba la frecuencia de los Sacramentos, que para muchos alumnos era semanal y para muchos ((**It9.742**)) otros aún más frecuente; en las fiestas y en el ejercicio de la buena muerte, se convertía en comunión general. Confesaba mucho y asiduamente y había además otros sacerdotes confesores que le ayudaban, porque daba a los penitentes plena libertad de elección. Estaba dotado de singular prudencia, puesto que entre tantos muchachos, llegados de todas partes, no hubo jamás un desorden de importancia>>. Así reza el testigo. Y nosotros añadimos: Don Bosco hizo revivir una costumbre que poco a poco había desaparecido. Para que sus queridos muchachos, tuvieran un aliciente más que les estimulase a observar buena conducta, quiso que algunos alumnos fueran invitados a comer con él en determinadas circunstancias. La causa principal de la interrupción de la costumbre había sido el número siempre creciente de Salesianos y lo reducido del espacio del refectorio de los superiores, situado en los sótanos junto a la cocina. Aquel año se convirtió en comedor la sala a nivel de los pórticos, correspondiente a la superficie del primer cobertizo, adaptado por don Bosco para capilla en 1846. Entonces estableció el Venerable que volvieran a comer con él por turno, todos los domingos, los mejores de cada clase y de cada taller. Esto servía para animar al bien a la clase entera. El buen Padre gozaba mucho cuando veía a estos alumnos, los deseaba; y mantuvo la costumbre, aun cuando surgió alguna dificultad por parte de ciertos metodistas. Daba él mucha importancia a que los alumnos más distinguidos tuvieran ocasión de acercarse a los Superiores y habría querido que se diera este premio muchas veces al año. Su puesto en la mesa no era, sin embargo, junto a don Bosco. Este privilegio estaba reservado, desde antiguo, a los muchachos elegidos para el lavatorio de los pies del jueves santo, que realizaba el mismo Rector Mayor. Era grande la satisfacción de los alumnos premiados. Infatigablemente, después de la comida, pasaban a saludar a don Bosco y él dirigía a cada uno una palabra que producía siempre gran bien. A veces, con una frase que parecía dicha ((**It9.743**)) al acaso, daba a entender (**Es9.662**))
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