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((**Es9.640**) Las tres cartas iguales estaban dirigidas a don Miguel Rúa, a don Celestino Durando y a don Juan Bautista Lemoyne. Sacamos de ellas la parte principal. El Señor me llama a una vida, sin duda, de mayor rigor, al inspirarme que entre en la Compañía de Jesús. No es una decisión tomada a la ligera, sino madurada con los consejos de personas muy respetadas y experimentadas por su piedad, su ciencia y su conocimiento de las almas. Por ello nació en mí la absoluta convicción de que ésta era la voluntad del Señor; si bien no quiero ocultarle que por parte del amadísimo padre común, don Bosco, no he recibido más que una simple adhesión, pero no la aprobacion de este mi propósito. No interesa exponer aquí los motivos por los cuales otros me dieron una opinión contraria y por qué ésta ha prevalecido: lo que importa, y que yo deseo se conozca por mi expresa declaración, es que el único motivo de mi resolución fue la convicción nacida en mí de que ésta es la voluntad de Dios. Por tanto, conste que ningún motivo de descontento o malhumor por la observancia de las reglas, por órdenes de los superiores, por cuestiones o frialdades de cualquier género, dio origen o me confirmó en este pensamiento. Si hay algún motivo que pueda haber causado este paso, ciertamente sensible y doloroso para mí, hay que deducirlo únicamente de mis pecados los cuales, sin lugar a dudas, me han hecho indigno de seguir perteneciendo a esta nueva falange de Jesucristo, quien, por su misericordia, lejos de abandonarme a mí mismo, ha querido inspirarme ((**It9.718**)) la necesidad de una yida más austera y apartarme de los peligros que la prevención sobre mí mismo me haría quizá insuperables en una Congregación inspirada en tanta dulzura que hace que todo vínculo y atadura resulten tan fáciles y sencillos como si no existieran. El prevenir posiblemente toda duda y responder a cualquier pregunta sobre la verdadera razón de mi marcha del Oratorio y de mi salida de la Congregación, lo creí útil, para que no sirva de escándalo a los Hermanos existentes, ni de incitación a imitarme, basándola en causas falsas, y también para quien quisiera servi rse de mi partida en busca de un argumento y de una arma para fomentar una guerra injusta y desleal, como desde hace mucho tiempo se promueve contra don Bosco y su Congregación... Cumplido de este modo el deber que me impone el conocimiento que tengo de la malicia humana, que de modo desleal persigue las obras del querido don Bosco y principalmente su Congregación, termino pidiendo a Dios y a usted, y por su medio a todos los que pertenecen a la Congregación, perdón por todo disgusto, falta de respeto u ofensa que voluntaria o involuntariamente les hubiera hecho... El caballero Oreglia marchó a Roma el 20 de septiembre, día que empezaba en Trofarello la segunda tanda de ejercicios espirituales. El Venerable, al ver alejarse a un hermano que había prestado grandes servicios a su naciente instituto, no podía dejar de sentir pesar. Y no por el pensamiento de la ayuda que iba a faltarle, puesto que estaba acostumbrado a repetir: las obras de Dios no necesitan de la ayuda de los hombres. La causa de su disgusto hay que buscarla en su corazón de padre y en el alto aprecio que tenía puesto en la nueva obra del Señor. Un día en que se hablaba entre varios hermanos (**Es9.640**))
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