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((**Es9.524**) Fue entonces el Conde a don Bosco, y éste le dijo que no había más remedio que acudir al Papa: y, como urgía la cosa, él mismo telegrafió. Desde Roma respondieron a don Bosco: -Permitida la comida de carne, con tal de que se comunique a los convidados el permiso obtenido. Cuando todos estuvieron sentados a la mesa, dijo la Condesa al señor que tenía al lado: -Lea, por favor, en alta voz este telegrama. Y así se hizo. Esta noble dama quería que, en las grandes ocasiones, estuviera presente don Bosco porque se comportaba con la perfección de una persona distinguida y era admirable cómo sabía conquistarse hasta a las ((**It9.581**)) de principios contrarios, sin disimular jamás la verdad. Había entre los invitados personajes de todos los partidos y colores: liberales, demócratas, racionalistas y también algún católico. Al llegar el banquete a los brindis, uno ensalzaba a la Unidad Italiana, otro a la libertad, éste a Cavour, aquél al Rey, alguno a Garibaldi... Al final fue invitado también don Bosco a hablar. El Siervo de Dios se levantó sin desconcertarse y, alzando la copa, dijo: -Yo brindo y digo: íque vivan Su Majestad Víctor Manuel, Cavour, Garibaldi y todos los ministros, alineados bajo la bandera del Papa, para que todos puedan salvar su alma! Una salva de aplausos acogió con la mayor hilaridad sus palabras, y muchos repetían: -íDon Bosco no quiere la muerte de nadie! A mitad del mes, cumplió su palabra de ir a Mirabello. El joven Evasio Rabagliati, que había ingresado en el colegio el 8 de enero, se encontró por vez primera con el Siervo de Dios y le oyó contar por la noche este sueño. Había soñado, en la primera noche de su llegada, que se hallaba en el salón en que se celebraban los exámenes y vio presentarse ante él a dos personas. Una sostenía, colgando de una caña, un farol y la otra llevaba un cartapacio bajo el brazo. Le invitaron a subir a los dormitorios y le acompañaron. Se detenían a los pies de cada cama. Uno bajaba la luz para que don Bosco pudiera reconocer el rostro del que dormía y el otro sacaba una hoja del cartapacio y la colocaba sobre la colcha. En aquel papel estaba escrito el número de años que a cada uno de los durmientes le quedaba de vida. El relato de este sueño causó una enorme impresión. El mismo Rabagliati fue a preguntar a don Bosco qué tiempo le quedaba de vida. Don Bosco le dijo sonriendo: (**Es9.524**))
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