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((**Es9.516**) deseaban ingresar en la misma; y, en efecto, se aceptaron algunos para la prueba. El día 8 fue un día memorable, porque don Bosco despachó las primeras dimisorias para el clérigo José Monateri, del colegio de Mirabello. El 11 de marzo, jueves, reunió el Venerable, después de las oraciones de la noche en el comedor de los clérigos, a todos los miembros de la Sociedad, profesos y aspirantes, y, según copiamos de nuestras memorias, les dijo: El domingo por la noche vimos el éxito del viaje a Roma y cómo ha sido definitivamente aprobada por la Iglesia nuestra Sociedad con el privilegio de las dimisorias. Ahora celebro poder comunicaros que dos de nuestros hermanos podrán aprovecharse muy pronto de los favores concedidos por la Santa Sede, y se presentarán a las órdenes sin más título que el de pertenecer a la Sociedad de San Francisco de Sales. Son José Monateri y Augusto Croserio. Damos gracias al Señor que se quiere servir de instrumentos como nosotros, para procurar su gloria y la salvación de las almas. Y ciertamente tenemos en esto una señal de su amor especial por nosotros, que jamás ninguno de nuestros clérigos ha tenido que interrumpir ((**It9.572**)) sus estudios, diferir la imposición de sotana o la recepción de las sagradas órdenes por falta de medios materiales. Siempre se ha visto en esto a la Providencia de un modo maravilloso. Es una garantía de que nos asistirá mucho más ahora que verdaderamente nos hemos ofrecido a El en cuerpo y alma. Por eso conviene que vayamos explicando poco a poco todo lo que hay que hacer y sistematizándolo con reglamentos. Como todos vosotros sabéis, nuestra Sociedad no tenía unas reglas bien determinadas hasta ahora. Ibamos adelante sin haber precisado nuestras obligaciones. Como no existía todavía la aprobación de la Iglesia, estaba la Sociedad como en el aire y, de un día a otro, podía derrumbarse; estábamos en dudas, si esta nuestra casa debía continuar con su finalidad o si podía ser cerrada sin más, y por tanto, al no poder establecer nada a buen seguro, era inevitable un poco de relajación. Queridos míos, en este momento las cosas ya no son así. Nuestra Congregación está aprobada: estamos vinculados unos con otros. Yo estoy ligado a vosotros, vosotros a mí y todos juntos estamos ligados a Dios. La Iglesia ha hablado, Dios ha aceptado nuestros servicios, nosotros estamos obligados a cumplir nuestras promesas. Ya no somos personas privadas, sino que formamos una Sociedad, un cuerpo visible; gozamos de privilegios: todo el mundo nos observa y la Iglesia tiene derecho a nuestro trabajo. Es necesario, pues, que de ahora en adelante cada artículo de nuestro reglamento se cumpla puntualmente. No pretendo desde luego que, de repente, cambiemos la cara del Oratorio; esto acarrearía desórdenes y, por otra parte, sería imposible. Procuremos hacerlo todo, una cosa tras otra. Hay muchas cosas que ordenar y arreglar; por eso necesito hablaros con más frecuencia para íroslas explicando. Esta noche os digo unas pocas, que no hay que olvidar, porque son como el basamento de nuestra Sociedad. Nos toca a nosotros echar los cimientos de estos principios sobre bases firmes, a fin de que los que vengan detrás, no tengan más que seguirnos. Recordemos siempre que hemos elegido vivir en Sociedad. O quam bonum et (**Es9.516**))
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