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((**Es9.489**) a la comisión de Cardenales el parecer del Papa. Don Bosco fue llamado de nuevo para dar alguna explicación, Hacía casi un mes, narraba el padre Verda, que las gravísimas gestiones cansaban su mente por lo que, a veces, salía de casa y se iba a pasear a solas con sus pensamientos, por lugares fuera de la población. Un día deseaba el cardenal Mónaco La Valleta que le acompañara después de una sesión y le invitó a subir a su carroza; pero él necesitaba templar el ardor febril de sus pulmones al aire libre y no tenía fuerzas para nuevos razonamientos; así que humildemente se excusó, aduciendo el motivo de que no podía, muy a su pesar, aceptar tanto honor en aquel momento. Y el Cardenal asintió mostrando su sentimiento. Caminando a solas, se tropezó casualmente con cierto Monseñor conocido, que le preguntó: ->>Cómo es eso? >>Usted a pie? -Sí, Monseñor. ->>Y por qué tan solo? íYo le acompañaré! -No, Monseñor; perdone, necesito estar solo. ->>No se perderá por el camino? -No, ya voy bien así: necesito descansar. Y se despidió. íDebía estar muy cansado y en malas condiciones para responder de aquel modo! Cuando supo el día en que la Sagrada Congregación iba a celebrar la reunión definitiva sobre la Pía Sociedad, hizo escribir al Oratorio que aquel día se hiciera de manera que algunos muchachos estuvieran, por turno, en adoración continua ante el Santísimo Sacramento para conseguir el éxito del asunto. Y hubo muchos estudiantes y aprendices, a los que no se les había fijado tiempo de adoración, que fueron a la iglesia privándose de ((**It9.539**)) un largo rato de recreo. Tan gran piedad agradó al Señor. El 19 de febrero era aprobada la Pía Sociedad de San Francisco de Sales por la Sagrada Congregación y el Sumo Pontífice ratificó con alegría la aprobación. Aquella tarde volvió don Bosco al Vaticano y dijo al Papa, al darle las gracias: -Durante esta semana sufrían todos mis muchachos por mí e importunaban al cielo con sus plegarias por el éxito de mi misión. A estas palabras corrieron unas lágrimas por las mejillas del Sumo Pontífice y, razonando sobre la aprobación, dijo al Siervo de Dios: (**Es9.489**))
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