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((**Es9.343**) primavera de 1867, anduvo contando don Bosco (quiero creer que más por ingenuidad que por presunción), a ciertas distinguidas personas, conocidas suyas, y también a los sacerdotes y clérigos de su Instituto, que había recibido en esa Capital los más grandes agasajos y había encontrado altas y excelentes protecciones, que había sido buscado y ((**It9.370**)) visitado por Prelados y Cardenales y que algunos de ellos hasta se arrodillaban ante él pidiéndole su bendición. Esto último me lo contó a mí mismo un sacerdote del Instituto de don Bosco haciéndose maravillas de él; por toda respuesta le hice observar que ello probaba cuánta y cuán grande era la piedad y humildad del Sacro Colegio y de la Prelatura Romana. Y como don Bosco tiene muchas amistades entre el señorío turinés, que con sus generosos donativos concurre admirablemente al sostenimiento del Instituto, estas noticias corrieron pronto por la ciudad, y, si valieron para hacer de don Bosco un hombre de suma importancia ante algunos, alcanzaron poco crédito ante otros. Por tanto, si el alabado don Bosco consiguiera la facultad de que se trata, en las actuales contingencias, persuadiría una vez más a sus protectores partidarios de la infundada opinión en que ya están, a saber, que don Bosco, apoyado por el alto concepto de que es tenido en Roma, obtiene allí todo lo que quiere: y, en los días que corren, eso se consideraría por muchos como una victoria alcanzada por él mismo sobre el Arzobispo. Me duele mucho haber tenido que señalar ciertos hechos y circunstancias poco favorables al citado don Bosco, a quien aprecio y quiero mucho, pero la estima y afecto que siento por este dignísimo sacerdote, como por cualquier otro, jamás podré con la gracia de Dios, anteponerlos a la verdad, la justicia y los deberes sacrosantos que me ligan a esa Santa Sede, a la que, desde hace más de veinte años, tengo el honor de prestar mis pobres servicios. En fin, mientras doy a V. S. Ilma. mis más sinceras gracias por el honroso encargo que se ha dignado confiarme, quedaría muy satisfecho si este humildísimo informe fuera reconocido por V. S. Ilma., de algún modo suficiente para su fin y, al ofrecerle mis humildes servicios, aprovecho esta propicia oportunidad para profesarme, con los sentimientos de mi más distinguido respeto, De V. S. Ilma. y Rvma. Turín, 6 de agosto de 1868. Su seguro servídor CAYETANO TORTONE, teólogo <<íPobre don Bosco! De no haber estado Dios con él, hubiera quedado en la estacada>>. Así escribía don Juan Bonetti en el mismo margen de este documento cuando lo tuvo en sus manos. En realidad, el informe es un tejido de errores y falsas apreciaciones del principio al fin. No dudamos en admitir la buena fe de monseñor Tortone, pero hay que decir que don Bosco ((**It9.371**)) era mal juzgado por muchos. Quien así le juzgaba no había comprendido nada de su sistema educativo, nada de la misión apostólica del Siervo de Dios, nada de la Pía Sociedad Salesiana, alabada ya por la Santa Sede; pero, obcecado por prevenciones, recibía cualquier acusación de los perversos como verdad incontestable. La refutación (**Es9.343**))
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