Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


((**Es9.34**) provecho. Para cualquier tema los encontrará. Su libro de texto sea el catecismo, que debe servir como tal para toda clase de personas. >>Respecto a la condición de sus oyentes debe saber regular su lenguaje con el lugar que ellos ocupan en la sociedad. Ciertamente no se debe decir a los pobres lo que es necesario inculcar a los ricos; ni a los criados o dependientes lo que es obligatorio exponer a los señores; a más de los mandamientos comunes, Dios ha impuesto variados y diversos deberes a las distintas clases sociales. Pero la miel de la caridad debe mitigar el amargor de la reprensión. No hay que ofender a las personas con ironías ni invectivas; en los pueblos pequeños especialmente no se deben proferir palabras que puedan ser interpretadas como alusivas a la conducta de ninguno. Hay que evitar también toda alusión a la política. Tómense testimonios para lo que se expone, sacados de la Sagrada Escritura y especialmente de los hechos y palabras de Nuestro Señor Jesucristo; y así, nadie podrá llevarlo a mal, aunque ciertas verdades parezcan un poco duras. Hablando, por ejemplo, a los ricos, de la obligación que tienen de hacer limosna, no se necesita clamar contra la dureza de los corazones, sino que basta narrar la parábola del rico Epulón. >>Respecto a la cultura, el orador sagrado deberá emplear aquel modo de decir que pueda ser entendido sin ((**It9.24**)) dificultad alguna, si el auditorio se compone de personas rudas. Con éstas será preciso adaptarse a su lenguaje, pensar como ellas piensan, transportarse al ambiente en que viven: el campo, la oficina, el taller y las distintas profesiones manuales. Así hacía el Divino Salvador cuando predicaba a las turbas de Galilea, que se componían de agricultores, pastores y pescadores. Cuando los oyentes son cultos, sin duda que el discurso va más adornado pero dentro de los límites prefijados para la palabra evangélica. El mayor ornato ha de ser de una gran claridad en las palabras, en los pensamientos y en los razonamientos. >>El orador sagrado no debe adquirir su elocuencia de la sabiduría del mundo, sino del Espíritu de Dios. Y no andar con polémicas. Presentar en el púlpito objeciones doctrinales y después resolverlas, no es método a seguir, ya que un cierto número de oyentes, víctimas de cierto espíritu de contradicción, se colocan, aun sin darse cuenta, del lado de las objeciones, y oyen como jueces. Esto impide, a veces, que se logre obtener el fruto apetecido, y también hay que advertir que, a veces, las respuestas a las objeciones, no siempre son comprendidas, sino con frecuencia entendidas al revés; y en algunas mentes quedan más grabados los errores que las verdades opuestas. Estas discusiones hay que dejarlas para los doctores, provistos de ingenio (**Es9.34**))
<Anterior: 9. 33><Siguiente: 9. 35>

Regresar a Página Principal de Memorias Biográficas


 

 

Copyright © 2005 dbosco.net                Web Master: Rafael Sánchez, Sitio Alojado en altaenweb.com