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((**Es9.320**) sacerdotal? Tiene que ser un ángel, es decir, un hombre ((**It9.344**)) celestial: debe poseer todas las virtudes requeridas en este estado y sobre todo mucha caridad, mucha humildad y mucha castidad. El sacerdote es luz del mundo y sal de la tierra. Los labios del sacerdote deben guardar la ciencia y, por consiguiente, su principal obligación es la de dedicarse a los estudios sacros. Examinémonos y veamos si poseemos las virtudes necesarias para ser buenos sacerdotes y, si todavía no las poseemos, armémonos al menos de valor para adquirirlas y practicarlas. Apartemos al mismo tiempo de nosotros todo interés particular o deseo no conforme con la voluntad de Dios, porque es el Señor quien debe elegirnos: Non vos me elegistis, sed ego elegi vos (No me elegisteis vosotros; yo os elegí). El sacerdote ha de tener fe y caridad ardentísimas; las cuales, sin embargo, a veces no se encuentran en algún que otro clérigo, por no decir en un sacerdote; y, en cambio, aparecen llenas de vida en un campesino, en un barrendero, en un criado; se hallan en un alumno, y el maestro que las enseña y las debería poseer en grado mucho mayor, a veces está privado de ellas. íLa fuerza del buen ejemplo! Recordemos que el sacerdote no va nunca solo al infierno ni al paraíso; va siempre acompañado. III Hay dos clases de sacerdotes: los del clero secular y los del regular. Los sacerdotes que viven en el mundo necesitan haber adquirido una gran perfección, antes de ser destinados al gobierno de las almas. El estado religioso, es decir el de los que viven alejados de las cosas del mundo, es para los que aspiran a la perfección. Los primeros deben ser más fuertes y más perfectos que los otros, por las grandes obligaciones que les incumben, por la responsabilidad de centenares y millares de almas, y por los grandes peligros en que se encuentran. Andan preocupados con las atenciones materiales, la propia familia y muchas otras molestias que les hacen más pesado el ejercicio del sagrado ministerio. Además, para tener libertad de voluntad, aun cuando hagan lo posible por llevar una vida mortificada, de auténtico sacerdote, resulta que, a veces, se presenta un amigo que no les deja estudiar o hacer la visita al Santísimo Sacramento; otras les invitan a un banquete, al que no pueden renunciar, y les rompen las ocupaciones de toda una jornada; en ocasiones, hay litigios molestos para defender los derechos de la parroquia, o luchas de partidos diversos, que les perturban y roban la paz. Y los que no son perfectos, cuántas veces se ganan el desprecio y son la ignominia de todos: se hallan expuestos en todo momento a perder la virtud de la castidad, apegan su corazón a los bienes de este mundo, ahorran para sí mismos y para sus parientes, buscan sus intereses y descuidan los de las almas. El religioso, en cambio, con menos virtud que un sacerdote secular ((**It9.345**)) si es fiel a la Regla, recorre con más seguridad su camino libre de graves obstáculos. El Superior le asigna ocupaciones adaptadas a su carácter, a sus limitaciones, a sus fuerzas intelectuales y físicas, porque sabe quid valeant humeri, quidve ferre recusent (hasta donde llegan sus fuerzas, qué es lo que no pueden llevar). Las mismas paredes de la casa son una gran defensa contra las asechanzas del mundo... El que vive en la Congregación rompe las luchas externas que debería sostener con sus parientes y amigos, con los bienes temporales; las internas son la soberbia, (**Es9.320**))
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