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((**Es9.248**) Una señora de Milán le interrumpió diciendo: -íAlabado sea Dios y bendita la Santísima Virgen! Mi hijo sufría, hace años, una gangrena atroz en una mano y se ha curado. Los médicos tenían pocas esperanzas de curación, ni con la amputación del brazo. Usted le bendijo, hicimos la novena a María Auxiliadora y mírelo ahora. Aún se ven las profundas cicatrices que certifican ((**It9.260**)) la gravedad del caso, pero está perfectamente curado. Conmigo han venido otras personas para manifestar nuestro agradecimiento a la bienaventurada Virgen María. En aquel instante se armó cierto alboroto. Querían hablar a la vez desde varios sitios, y don Bosco sólo pudo recoger las afirmaciones de algunos. -Yo, decía uno que se llamaba Fea..., vengo de Carignano para dar gracias por la inesperada curación de mi madre. Otra, Lucía Berruto, le interrumpió diciendo: -Yo vengo de Chieri y traigo conmigo una relación escrita con pequeñas limosnas de varias personas, que agradecen a María Auxiliadora la curación de los males que sufrían. Yo padecía una peligrosa hinchazón en los pies, hice la novena a María Auxiliadora y estoy perfectamente curada. -Yo también, añadió otra joven, he venido de Chieri por el mismo motivo. Me llamo Adelaida y me he curado de agudos dolores de cabeza y de estómago, que me pusieron al borde de la tumba; viví quince días sin tomar más que agua. María Auxiliadora me ha obtenido la curación. Mientras sucedía todo esto, ocurrió un hecho que interrumpió toda conversación. Una desdichada joven, de unos veinte años, había sido conducida hasta allí con la esperanza de que curara de una parálisis, por la que tenía como muerto un brazo y la mitad del cuerpo. Entre un hermano y su madre la llevaron a una habitación cercana, donde, como pudo, se arrodilló invocando entre lágrimas la ayuda de la que la Iglesia proclama Auxilio de los Cristianos. Rezaron unas oraciones los circunstantes, don Bosco la bendijo y se renovaron las plegarias. Mientras todos, llenos de fe, pedían gracia y misericordia, la paralítica empezó a mover la mano y después el brazo. De tal suerte se conmovió que gritando: -íEstoy curada!- cayó por tierra desvanecida. La madre y el hermano la sostuvieron, la animaron y le ofrecieron una bebida. La paralítica recobró el uso de los sentidos y quedó perfectamente ((**It9.261**)) curada del mal que desde hacía cuatro años la tenía inmóvil. Resulta fácil imaginar las voces de admiración y agradecimiento que se elevaban por todas partes. (**Es9.248**))
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