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((**Es9.215**) la desvergüenza y toda clase de vicios y superarlo todo hasta lograr que muchos, a quienes la voz pública apodaba lobos rapaces, se convirtieron en mansos corderillos. Esas pesadas fatigas, ese griterío y alboroto, que a nosotros nos parecen casi insoportables un momento, fueron la delicia y el trabajo de san Felipe por espacio de más de sesenta años, es decir, durante toda su vida sacerdotal, hasta la más avanzada vejez, hasta tanto que Dios le llamó a gozar el fruto de tantas y tan prolongadas fatigas. Respetables señores: >>hay algo en este siervo fiel ((**It9.220**)) que no pueda ser imitado por nosotros? Claro que no. Cada uno de nosotros, dentro de su condición, está lo bastante instruido, es lo bastante rico para imitarlo, si no en todo, al menos en parte. No nos dejemos engañar por el vano pretexto, que a veces nos toca escuchar: Yo no estoy obligado; piense en ello quien tiene ese deber. Cuando decían a Felipe que, dado que no tenía cura de almas, no estaba obligado a trabajar tanto, respondía: ->>Y tenía Jesús, tal vez, obligación de derramar toda su sangre por mí? El muere en la cruz para salvar almas y yo, su ministro, >>me negaré a sufrir alguna molestia, alguna fatiga para corresponderle? Sacerdotes, manos a la obra. Hay almas en peligro y nosotros debemos salvarlas. Estamos obligados a ello como simples cristianos a quienes Dios mandó cuidar del prójimo. Et mandavit illis unicuique de proximo suo. Estamos obligados porque se trata de las almas de nuestros hermanos, puesto que todos nosotros somos hijos del mismo Padre Celeste. Debemos también sentirnos estimulados a trabajar por la salvación de las almas de modo excepcional, porque ésta es la obra más santa de las santas. Divinorum divinissimum est cooperari Deo in salutem animarum (Areopagita) (Lo más divino de lo divino es cooperar con Dios a la salvación de las almas). Pero lo que nos debe absolutamente empujar a cumplir con celo este oficio, es la cuenta estrechísima que nosotros, como ministros de Jesucristo, debemos rendir en su tribunal divino de las almas confiadas a nosotros. íOh, qué gran cuenta, qué cuenta más terrible deberán rendir los padres, los patronos, los directores y en general todos los sacerdotes ante el tribunal de Cristo, de las almas que les fueron confiadas! Ese momento supremo llegará para todos los cristianos, mas no nos hagamos ilusiones, llegará también para nosotros sacerdotes. Apenas seamos liberados de los lazos del cuerpo y comparezcamos ante el Juez Divino, veremos claramente cuáles eran las obligaciones de nuestro estado y cuál ha sido nuestra negligencia. Ante nuestros ojos aparecerá la inmensa gloria de Dios, preparada para sus fieles y veremos las almas... sí, muchas almas que debían ir a gozarla y que, por nuestro descuido en instruírlas en la fe, se han perdido. íQué terrible situación para un sacerdote cuando comparezca ante el Juez Divino, que le dirá: -Mira abajo al mundo; cuántas almas van por el camino de la iniquidad y surcan la vía de la perdición! Se hallan en ese mal camino por tu culpa; tú no te dedicaste a hacer oír la voz del deber, no las has buscado, no las has salvado. Otros por ignorancia, caminando de pecado en pecado, son ahora precipitados al infierno. íOh, mira cuán grande es su número! Esas almas claman venganza contra ti. Ahora, siervo infiel, serve nequam, dame cuenta. Dame cuenta del tesoro precioso que te confié, tesoro que costó mi pasión, mi sangre, mi muerte. Sea tu alma a cambio de la de aquél que, por tu culpa, se ha perdido: Erit anima tua pro anima illius. Pero no, mi buen Jesús, nosotros confiamos que por vuestra gracia y ((**It9.221**)) vuestra infinita misericordia, este reproche no será para nosotros. Nosotros estamos íntimamente persuadidos del gran deber que nos apremia de instruir a las almas (**Es9.215**))
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