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((**Es9.214**) corriesen hacia nuestro Santo. El dirigía la palabra ora a uno, ora a otro; era estudiante con el letrado, herrero con el herrero, maestro carpintero con el carpintero, barbero con el barbero, maestro de obras con el albañil, maestro zapatero con el remendón. Así, haciéndose todo para todos, ganaba a todos para Jesucristo. Porque aquellos jovencitos, seducidos por sus caritativas maneras, sus edificantes palabras, sentíanse arrastrados a donde Felipe quería. De modo que se daba el inaudito espectáculo de que por las calles, por las plazas, en las iglesias, las sacristías, en su misma habitación, durante la misa y hasta en el tiempo de oración, iba precedido, seguido, rodeado de niños pendientes de sus labios, escuchando los ejemplos que contaba, los principios del catecismo que les iba explicando. >>Y después? Escuchad. Aquella turba de muchachos indisciplinados e ignorantes, a medida que se instruían en el catecismo, pedían acercarse al sacramento de la confesión y de la comunión, querían asistir a la santa misa, oír sermones, y poco a poco dejaban la blasfemia, la insubordinación y finalmente abandonaban los vicios, mejoraban las costumbres de tal manera que millares de muchachos desventurados que, caminando por la vía del deshonor, habrían tal vez acabado su vida en las cárceles o en el cadalso, con su eterna perdición, gracias al celo de Felipe volvieron a sus padres ((**It9.219**)) dóciles, obedientes, buenos cristianos, encaminados por la senda del cielo. íQué maravillas obra siempre la Santa Religión Católica! íQué portentos obtiene la Palabra de Dios por medio del ministro que conoce y cumple los deberes de su vocación! Alguno dirá: Felipe obtuvo estas maravillas porque era un santo, y yo digo: Felipe obró estas maravillas porque era un sacerdote que correspondía al espíritu de su vocación. Estoy persuadido de que, si animados por un espíritu de celo, de confianza en Dios nos entregásemos también nosotros de veras a imitar a este Santo, obtendríamos ciertamente un gran resultado en la conquista de las almas. >>Quién de nosotros no puede reunir unos muchachos, darles un poco de catecismo en una casa o en una iglesia y, si fuera menester, hasta en la esquina de una plaza o de una calle e instruirlos en la fe, animarlos a confesarse y, cuando es necesario, oírlos en confesión? >>No podemos nosotros repetir con san Felipe: -Muchachos, venid a confesaros cada ocho días y comulgad según el consejo del confesor? Que >>cómo poder someter a las cosas de la Iglesia y de la piedad a muchachos disipados, amigos de comer, beber y divertirse? Felipe encontró este secreto. Vedlo: imitando la dulzura y la mansedumbre del Salvador. Felipe los recibía amablemente, los acariciaba, a unos les regalaba un caramelo, a otros una medalla, una estampa, un libro y cosas parecidas. A los más díscolos y a los más ignorantes, que no estaban en disposición de apreciar aquellos sublimes tratos de paternal benevolencia, les preparaba algo más adaptado a ellos. Apenas lograba tenerlos a su alrededor, se disponía enseguida a contarles amenas historietas, les invitaba a cantar, a tocar, a representar obras teatrales, a saltar, a pasatiempos de todo género. Finalmente los más reacios, los más presumidos eran, por decirlo así, arrastrados a parques de recreo con los instrumentos musicales, las bochas, los zancos, los tejos, el regalo de frutas y pequeñas comidas, desayunos, meriendas. Todo gasto, decía Felipe, toda fatiga, toda molestia, todo sacrificio es poco, cuando contribuye a ganar almas para Dios. Así la habitación de Felipe parecía el almacén de un comerciante, un lugar de espectáculo público, pero al mismo tiempo se convertía en casa de oración y de lugar de santificación. Así Roma vio a un hombre solo, sin títulos, sin medios y sin autoridad, sin más armas que la coraza de la caridad, combatir el fraude, el engaño, (**Es9.214**))
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