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((**Es9.198**) El altar de la izquierda del crucero será dedicado a san José; pero el cuadro aún no está en su sitio; el artista Tomás Lorenzone estaba pintándolo. Este representaría a la Sagrada Familia. La composición era simbólica y con este dibujo: san José está de pie sobre una nube y lleva en el brazo izquierdo al Niño Jesús, el cual tiene sobre las rodillas un cestillo lleno de rosas. El Niño toma las rosas, se las da a san José y éste las va dejando caer, poco a poco, en forma de lluvia sobre la iglesia de María Auxiliadora, que se ve debajo y tiene al fondo las colinas de Superga. El aspecto del Niño tiene una gracia singular, porque, vuelto a su querido padre putativo, le sonríe con infinita dulzura. Ante aquella divina sonrisa parece extasiarse el Santo Patriarca y diríase que la celeste alegría del Divino Infante se redobla al reflejarse en el amado rostro. Como complemento de este delicioso grupo está al lado del Niño Jesús en pie, con hermoso garbo y las manos juntas, su Santísima Madre, María, la cual, en actitud devota y totalmente absorta ((**It9.200**)) en la contemplación de aquel dulce trueque de inefable cariño entre su divino Hijo y su castísimo Esposo, parece fuera de sí por la alegría infinita que le inunda el corazón. Tres ángeles, con las manos juntas, están a los lados de la Sagrada Familia, suspendidos sobre sus alas. Uno de ellos lleva la vara florida. En la parte alta del cuadro, otros dos angelitos sostienen por los extremos una cinta en la que está escrito: Ite ad Joseph (Id a José). El cuadro mide cuatro metros de alto por dos de ancho. El ángel de la vara tiene las facciones de una niña, hija de la marquesa Fassati, que murió abrasada unos años antes. Era una delicada idea de don Bosco, que conmovió profundamente a la mamá. De esta manera describió el cuadro el mismo don Bosco, que había sugerido el proyecto. Pero lo más notable de esta iglesia era el retablo o lienzo pintado que domina el altar mayor, con más de siete metros de alto y cuatro de ancho, encuadrado en un magnífico marco dorado. Lorenzone podía estar satisfecho de su obra. Resalta la Virgen en medio de un mar de luz y majestad, sobre un trono de nubes. Cuelga de sus hombros un manto real que la envuelve. Tiene la cabeza coronada de estrellas y de una diadema con la que se proclama reina de cielos y tierra. Aprieta su derecha un cetro, símbolo de su poder, como aludiendo a las palabras que Ella profirió en casa de Santa Isabel. Fecit mihi magna qui potens est (Me hizo grande el Poderoso). En la izquierda sostiene al Niño, coronado (**Es9.198**))
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