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((**Es9.171**) entre las hojas, por todas partes, Aquel camino, a primera vista, parecía llano y cómodo y yo me eché a andar por él sin sospechar nada. Pero después de caminar un trecho, me di cuenta de que insensiblemente se iba haciendo cuesta abajo y, aunque la marcha no parecía precipitada, yo corría con tanta facilidad que me parecía ser llevado por el aire. Incluso noté que avanzaba, casi sin mover los pies. Nuestra carrera era, pues, veloz. Pensando entonces que la vuelta atrás por un camino tan largo hubiera sido fatigosa y cansada, dije al amigo: -Cómo haremos para regresar al Oratorio? -No te preocupes, me respondió, el Señor es omnipotente y quiere que camines. El que te conduce y te enseña a proseguir adelante, sabrá también llevarte hacia atrás. El camino descendía cada vez más. Proseguíamos la marcha entre flores y rosas, cuando vi que por el mismo sendero me seguían todos los jóvenes del Oratorio, con numerosísimos compañeros a los que yo jamás había visto. Pronto me encontré en medio de ellos. Mientras los observaba vi de repente que, ora uno ora otro, caían al suelo y eran arrastrados por una fuerza invisible hacia una horrible pendiente, que se veía aún en lontananza, y que luego los metía de cabeza en un horno. ->>Qué es lo que hace caer a estos muchachos?, pregunté al guía. (Funes extenderunt in laqueum; juxta iter scandalum posuerunt, Salm. 139. Cuerdas han tendido como red; trampas junto al sendero me han situado). -Acércate un poco más, me respondió. Me acerqué y pude comprobar que los jóvenes pasaban entre muchos lazos, algunos de los cuales estaban a ras del suelo y otros a la altura de la cabeza: estos lazos no se veían. Por tanto, muchos de los jóvenes, al andar, quedaban presos por ellos, sin darse cuenta del peligro; en el momento de caer daban un salto y después rodaban por el suelo con las piernas en alto y, cuando se levantaban, corrían precipitadamente hacia el abismo. Unos quedaban presos por la cabeza, otros por el cuello, quién por las manos, quién por un brazo, éste por una pierna, aquél por la cintura, e inmediatamente eran lanzados abajo. ((**It9.169**)) Los lazos colocados en el suelo parecían de estopa, apenas visibles, semejantes a los hilos de una tela de araña y, al parecer, inofensivos. Y con todo, pude observar que los jóvenes presos en ellos, caían a tierra. Yo estaba atónito, y me dijo el guía: ->>Sabes qué es esto? -Un poco de estopa, respondí. -Te diría que no es nada, añadió; no es más que el respeto humano. Entretanto, al ver que eran muchos los que seguían cayendo en los lazos, pregunté: ->>Cómo se entiende que sean tantos los que quedan prendidos en esos hilos?>>Quién es el que los arrastra de esa manera? Y él replicó: -Acércate más; observa y lo verás. Miré un poco y después dije: -Yo no veo nada. -Mira mejor, repitió. Tomé, en efecto, uno de los lazos, tiré hacia mí y pude comprobar que venía el otro extremo; tiré aún un poco más y no pude ver dónde acababa aquel hilo, pero me di cuenta de que yo también era arrastrado por él. Entonces seguí la dirección del hilo y llegué a la boca de una espantosa caverna. Me detuve, porque no quería (**Es9.171**))
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